Carta a un niño

Autor:  Jean Guitton

 

 

Querido niño:

Estamos cerca el uno del otro: tú, que comienzas la vida, y yo que la concluyo. Suele decirse (y es verdad) que los extremos se tocan, y yo me entiendo mejor contigo que con aquellos que se encuentran a mitad del camino de la vida y que son llamados "mayores".

Cuando yo era pequeño como tú (la vida pasa tan rápido que pareciera que fue ayer) se me hablaba continuamente de los "mayores". Experimentaba por ellos un extraño sentimiento mezclado de atracción y desconfianza. Me parecía que el mundo de los grandes fuese un mundo diverso, prohibido a los niños. 

Ahora que mi vida no puede recomenzar oigo decir que la infancia es la edad de la felicidad perfecta. Pero, ¿es verdad? Cuando se es, como tú, un niño, no se disfruta de la infancia. Y cuando un adulto cree revivir la propia infancia, evoca una condición que no existió.

A veces me pregunto si la infancia no será un sueño de los adultos... Niñito mío, ¡no es posible que te des cuenta de tu misterio!

De viejo he aprendido –demasiado tarde, sin duda- que se enriquece cuando se vive como un niño. Sobre todo si se pide al niño que haga preguntas.

Visité una vez a un célebre filósofo alemán llamado Heidegger. En aquel tiempo vivía en una celda como de ermitaño, y en medio de aquel campo cubierto de nieve, Heidegger me dio este consejo: "Si quiere usted progresar tanto en filosofía como en religión, deje que los niños le hagan preguntas. No siempre podrá responderlas, pero le harán descubrir la verdad. Porque aunque la Verdad está siempre velada, son los niños los que descorren el velo".

Un día me preguntaste qué cosa era el ser. Y no supe responderte. Otro día me dijiste: "¿Por qué yo no soy Francisco? ¿Por qué Francisco no es yo?". Y otro día: "Si tenemos dos ojos, ¿por qué no vemos dos cosas?". Y regresando del catecismo: "Entiendo quién es el diablo y quién es el buen Dios. Pero, dígame: ¿Por qué, si Dios es omnipotente, no mata al diablo?".

Las preguntas que haces son precisamente aquellas a las que ningún filósofo podría responder. 

Frente a tu fascinación, a tus "problemas", me siento embarazado. No te cansas de repetir: "¿Por qué? ¿Cómo?". Napoleón, en Santa Elena, decía que el genio consiste en hacer siempre estas dos preguntas. Pero, ¿crees tú, pequeño mío, que en este mundo es posible tener de todo una explicación? A ti, que para mí eres sólo misterio, te falta todavía el sentido del misterio...

Te miro con ternura, con temor, con esperanza. Porque yo soy el pasado y tú el porvenir. ¿Serás tú, acaso, quien renueve la alegría de la tierra?

Por esto debes seguir siendo niño. Aun creciendo, debes permanecer siendo niño. Entonces serás un poeta, un artista. Estarás entre aquellos a los que la gente admira porque han sabido conservar el asombro de la infancia.

Te doy unos consejos para seguir siendo niño. Por la mañana, sobre todo cuando te despiertes, siéntete maravillado como si el sol estuviese surgiendo por vez primera, como si por primera vez salieras de la cama para vivir. Imagina que ayer no existía cuanto ahora estás viendo, como si estuvieses asistiendo al nacimiento del sol, al principio del mundo.

En la escuela haz tus deberes y aplícate. Aprende a trazar las líneas, a no cometer errores. Te aconsejaría ser un poco distraído; que una parte de ti preste atención a las líneas, a la puntuación y a todo aquello que te enseñan los maestros, y la otra parte sea como un pájaro que vuele lejos, sin prestar atención a nada. Pera conservarte niño durante toda la vida, es esta segunda parte de ti mismo la que deberás cultivar. Dirán que sueñas. Pero es el sueño despierto lo que hace al genio. 

Los grandes te enseñarán el esfuerzo. Tú les enseñarás a ellos el acto del abandono llamado "gracia". Nosotros te daremos las reglas; tú, en cambio, nos darás tu fantasía, tu inocencia. Nosotros te impondremos la gravedad; tú nos enseñarás la alegría.

Te explicaremos que todo es más difícil de lo que crees. Y tú enseñarás a nuestras frentes ya cubiertas de arrugas que todo es más fácil de lo que lo habíamos creído.

El día termina. Cae la tarde. El sol se va, como tú, a dormir entre nubes de luz y color. Es el momento en que entrarás en lo que es llamado la noche. Es el momento en que se construyen los sueños. Y los sueños de un niño son los sueños más bellos.

Fuente: elobservadorenlinea.com