Mi cartita a «Santa Claus»

Autor:  Esperanza Segura.

 


San Nicolás:

¡Hola, mi querido amigo! ¡Tanto tiempo ha pasado desde mi última cartita! Mis hermanos y yo nos esmerábamos en hacerlas lo más bonitas posible, «sin faltas de ortografía», decía papá, y «con un bello dibujo», decía mamá; competíamos para ver a quién le quedaba mejor.

Eran cartitas llenas de ilusiones, de luz y alegría, como el árbol de Navidad de la casa, y llenas de amor como el nacimiento «kilométrico» que mamá ponía, con luces, montañas, lagos y cascadas y repleto de peregrinos que iban en procesión hasta la casita aquella de madera en donde estaba el pesebre y en él, el Santo Niño Jesús acompañado siempre de san José y de María Santísima.

¡Ay, san Nicolás, cómo ha cambiado el mundo desde entonces! Ayer, pasando por el frente de una casa, vi a unos niños escribiendo su cartita a «Santa Claus», como ahora te dicen gracias a la mercadotecnia y a nuestros hermanos separados que te pintan de rojo, con renos y esposa, viviendo en el Polo Norte, en lugar de tu hermosa historia, verdadera, como generoso obispo de Bari. Sin embargo, viéndolos allí, llenos de ilusiones, como mis hermanos y yo cuando éramos niños, me hizo recordar y pensar: ¿por qué no puedo yo escribirte también una cartita? Y heme aquí, pidiéndote regalitos, como cuando era pequeña, sólo que ahora, en lugar de juguetes, te pido otras cosas...

Quisiera, querido san Nicolás, que me hicieras el favor de acercarte a Jesús en diferentes etapas de su vida. Primero, a ese Santo Niño, pequeñito, aún en el vientre de María Santísima, y que le hables al oído, y de mi parte le pidas que toque el corazón de todas esas madres egoístas que se prefieren a sí mismas, que se guían por el «qué dirán» y que han decidido abortar o, más claramente dicho, negar la vida a sus propios hijos para mantener su «buena reputación». 

Después, al Niño Jesús en el pesebre, pequeño, dulce e indefenso, abrázalo, dale un beso de mi parte y, mientras lo arrullas en tus brazos, pídele por todos esos bebés abandonados en las calles o en las estaciones de autobuses o hasta en la basura con la mezquina razón de «no tengo dinero y mejor me deshago del 'problema' de mantenerlo y educarlo».

También quisiera que te acercaras a Él siendo niño, feliz, alegre, sano, corriendo y jugando en casa de María Santísima y san José, y le pidas, mientras juegas con Él, por todos los niños de la calle, pero, sobre todo, por toda la sociedad, que somos tal vez los culpables de que esos niños vivan —o, más bien, sobrevivan— así, muertos de hambre y drogados la mayoría de las veces.

Acércate también a Jesús cuando era un joven lleno de gracia y virtud y ayudaba en la carpintería a san José. Dale un fuerte abrazo de mi parte y, mientras le ayudas a tallar la madera, pídele por todos esos jóvenes que vagan por la ciudad, cautivos en una droga peor que el cemento o el alcohol: en la del satanismo o, debería decir, en la lepra del satanismo que les ha infectado el alma que poco a poco se les cae a pedazos; esa alma que una vez fue hogar del Espíritu Santo y que ahora sólo alberga mentira, odio, maldad y oscuridad; pero, sobre todo, pídele por los padres de esos jóvenes, que están ciegos en sus ocupaciones, sus negocios o sus egoísmos y que no se han dado cuenta de que sus hijos han cambiado, que ahora visten de negro, que usan collares como de perro amarrados al cuello, que se «peinan» simulando cuernos en lugar de cabello; padres que sólo atinan a decir, para acallar su conciencia: «Es la moda, ya se les pasará».

Y por último, mi querido san Nicolás, te pido que te acerques a Jesús en la cruz, que beses sus santos pies y recojas su sangre preciosísima para que la derrames sobre todo este país, casa de María Santísima, y sobre el mundo entero, para que con ese baño de sangre divina, precio de nuestra redención, todos esos jóvenes, todas esas acciones de maldad, toda esta sociedad cobarde en la cual estamos hundidos, todos esos padres desobligados, todas esas madres egoístas y todos esos gobiernos que no quieren ni mencionar el nombre de Dios o que lo mencionan sólo para justificar sus guerras, quedemos libres, liberados de toda corrupción y maldad pero, sobre todo, de toda potestad de oscuridad para que en este México y en este mundo vuelva a brillar la luz de Cristo en esta Navidad. ¡Gracias!

P. D. En lugar de los dulces y las galletas que solía ponerte en un platito cerca de mi cartita para que tuvieras fuerzas para continuar tu viaje, te dejo en las manos de algún indigente un kilo de arroz o de frijol; ya sabes que mi economía no es muy buena, pero esto sí lo puedo dar. ¡Gracias otra vez!

Esperanza Segura.
Santiago de Querétaro, Qro.

 

Fuente: elobservadorenlinea.com