Muchas veces me pregunté

Autor: María Urquiza Conde

 

 

Muchas veces me pregunté: «¿Dónde está Dios?». Y les preguntaba a mis papás, maestros, abuelos y a las monjitas de mi colegio. Ellos siempre me contestaban lo mismo. «Dios está en el cielo» o «Dios está en todas partes». Pero no me quedaba claro, porque, ¿qué es el «cielo»? y ¿qué es «todas partes»?

Porque Dios no sólo puede estar en el cielo, también tiene que estar en otras partes. Empecé a buscarlo en su creación, la naturaleza. Lo encontré en el infinito de las estrellas, en los colores del amanecer y anochecer, en la magnitud y fuerza del mar, en lo majestuoso y grande de las montañas, en la frondosidad de un gran árbol, en la ferocidad del rugido de un león y en la gracia de un caballo.

Pero vi también que no sólo está en lo grande, también está en lo pequeño, como en el trabajo de las hormigas, que nos muestran que la unión es la fuerza; en el revoloteo de una mariposa, en el juego de mi perro, en la pureza de las flores, en la perfección de una telaraña mojada por el rocío y en los sabores de las frutas. Ví que Dios está en toda la naturaleza, en todo lo bueno. También quise ver si lo encontraba en algún otro lugar, y lo encontré en la alegría o tristeza de una lágrima, en la espontaneidad de una sonrisa, en el calor de un abrazo, en la inocencia de un niño, en las divertidas pláticas con alguien interesante, en la compañía de mis amigas, y más que nada lo encontré en el amor: en el amor de dos esposos, en el amor entre hermanos, en el amor de una madre a su hijo, ¡eso! Dios está en el amor de un padre, que es Él, a sus hijos que somos nosotros, y el amor que nosotros sentimos, que es Él, a todo lo y los que nos rodean.

Y porque Él es amor y nos quiere felices, se permite mostrar en la pequeñez de un átomo al infinito del espacio.

Finalmente vi a Dios en mí al permitirme encontrar tanta felicidad.