La última palabra la tiene el amor

Autor: Padre Justo López Melús

 

 

Un anciano incrédulo fue a visitar a un sacerdote para que le ayudase en sus dudas de fe. No aceptaba la resurrección de Jesús y deseaba pruebas. Cuando llegó a casa del sacerdote había alguien hablando con él. El sacerdote vio al anciano de pie en el pasillo y corrió sonriente a ofrecerle una silla. Cuando el otro se despidió, recibió al anciano y le habló largamente. El anciano se convirtió y quiso ponerse en paz con Dios.

Contento el sacerdote y a la vez sorprendido por el súbito cambio, le preguntó: «Después de nuestro largo recorrido, ¿cuál ha sido el argumento que le ha convencido de que Cristo resucitó y de que existe Dios?».

Y el viejecito respondió: «El detalle de acercarme una silla para que no me cansara de esperar. El Maestro de tal discípulo, pensé, tiene que ser capaz de cualquier cosa».
Obras son amores, que no buenas razones.