Defensa de la fantasía

Autor: Padre José Luis Martín Descalzo

 

 

Dice mi hermana que en nuestra infancia, como no contábamos con televisión, teníamos que acudir a la televisión prehistórica: la imaginación. Yo le digo que nunca jamás se conoció televisión mejor y que jamás se inventará otra semejante. Porque en la imaginación teníamos todos los canales a nuestra disposición; no había que soportar que nadie nos adoctrinara desde ideologías que no fueran la elegida, y jamás Ikegami alguno filmó tan bellos colores como los que cada uno de nosotros elegía y se inventaba a placer.

Yo siento una cierta compasión ante los niños de ahora, a quienes les damos ya todo inventadísimo. ¿Para qué van a hacer el esfuerzo de imaginar cuando, a diario, les bombardeamos con imágenes desde que amanece hasta que se acuestan? Su Blancanieves no podrá ser la que ellos se fabriquen; será, por fuerza, la que les dio Disney encadenada. Sus sueños estarán llenos de pitufos prefabricados y, cuando lean a Julio Verne, pensarán que es un señor que puso en letra lo que ellos ya vieron en las películas de la tele. Todo más cómodo. Todo infinitamente menos creativo y, por tanto, mucho menos fecundo para sus almas.

Habría que reivindicar la imaginación ahora en este gran tiempo de esterilidad colectiva. Porque yo me temo que no sea cierto eso de que los inventos modernos estén ensanchando el mundo. Están, es cierto, haciéndolo más llevadero, pero no sé si más ancho. Leo, por ejemplo, en los periódicos que en el mundo entero el video está derrotando al libro, que la gente prefiere «ver» una novela a leerla, que ya empiezan a existir revistas en videocasete y que, no tardando mucho, tendremos periódicos filmados. Y tengo que preguntarme si todo eso será un adelanto.

Me lo pregunto porque, como el lenguaje oral está muy bien hecho, resulta que, cuando leemos, hacemos pasar las palabras por el recoveco de la imaginación para mejor entenderlas. Pero el día que entendamos y veamos las cosas directamente habrá que jubilar nuestra imaginación lo mismo que las máquinas modernas van quitando el trabajo a mecanógrafas y linotipistas. Y se producirá, dentro de cada uno de nosotros, algo terrible: el paro de una gran parte de nuestra alma.

Todos tenemos ya parte del alma parada. Dicen los científicos que el hombre usa, más o menos, un veinte por ciento de su cerebro. El día que renunciemos a la imaginación, ¿nos quedará algo? Y seguramente gastaremos menos fósforo mental, pero será a costa de desposeer a nuestra alma de la poca creatividad que ya le queda.

Por eso la verdad es que no cambio mi infancia por la de los pequeños de hoy. Comíamos y vestíamos peor. No conocíamos un veraneo en la playa hasta la edad de los pantalones largos. Pero estrenábamos y usábamos la imaginación mucho antes. Los niños de ahora ya no la necesitan. La han sustituido por una imaginación de tercera: por esa caja mágica de la que estamos tan orgullosos cuando, como una solitaria silenciosa, está devorándonos uno de nuestros mejores dones: la imaginación.