Los espejuelos de Dios

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD

Sitio del Padre

 

 

Un hombre de negocios va rumbo al cielo. No iba muy tranquilo, pues era usurero. 

   Llegó al cielo. No vio a nadie y quedó asombrado al ver tantas maravillas. De sala en sala llegó al despacho de Dios. Sobre el escritorio había unos anteojos. No pudo resistir la tentación de ponérselos y al ponérselos le dio vértigo. Qué claro se veía todo. Los intereses de los economistas, las intenciones de los políticos, etc. Entonces se le ocurrió mirar lo que estaba haciendo su socio el de la financiera. El muy cretino estaba estafando a una viuda. Al ver aquello, su alma sintió un deseo de justicia. 

   “Tanta injusticia no puede ser”, dijo. Y agarrando un taburete lo lanzó con tan buena puntería, que dejó espatarrado a su socio. 

   En esto todo el cielo se llenó de algarabía. Era Dios que volvía de paseo con sus ángeles. Sobresaltado el usurero, dejó los anteojos y trató de esconderse. Pero ya Dios le estaba mirando con el mismo amor de siempre. El usurero trató de disculparse. 

   No, no, dijo Dios. Solamente quiero que me digas qué has hecho con el taburete que había aquí. 

   Bueno, yo entré, vi los anteojos y me los puse. 

   Está bien, eso no es pecado. Yo quisiera que todos miraran al mundo como lo miro Yo. Pero, ¿qué pasó con mi taburete? 

   Ya más animado el ánima le contó lo que había visto y lo que había hecho. Ahí te equivocaste, le dijo Dios. Te pusiste mis anteojos, pero te faltaba tener mi corazón. Imagínate si yo tiro un taburete cada vez que veo una injusticia, en la tierra no alcanzarían todos los carpinteros del universo para proveerme de proyectiles. No, ojo, no. Hay que tener cuidado de ponerse mis anteojos, si no está seguro de tener mi corazón. 

   Vuelve a la tierra y en penitencia reza durante cinco años: “Jesús manso y humilde de corazón, haced mi corazón semejante al tuyo”. Ahí fue cuando se despertó: había sido un sueño. 

José Luis Martín Descalzo 

   Desde hace mucho tiempo los que suben un poquito, los que están en el “cielo” aquí en la tierra, se creen buenos y por esta razón quieren acabar de un plumazo con el mal. Piensan que están muy cerquita de Dios y, en verdad, no se parecen a El ni en lo más mínimo.

   Dios es misericordia, porque tiene puesto el corazón en la miseria. El conoce la miseria de cada persona, la del pueblo, oye sus clamores y angustia. Derrocha paciencia y desea hablar al corazón de cada persona, vendar las heridas y curar las llagas sangrantes producidas por el pecado. Porque ama siempre, perdona y no “guarda rencor perpetuo” (Jer.3.12), perdona abundantemente y con largueza. 

   Dice Santa Teresa comentando las primera palabras del Padrenuestro: “¿Cómo nos dáis en nombre de nuestro Padre todo lo que se puede dar, pues queréis que nos tenga por hijos, que vuestra palabra no puede faltar? Le obligáis a que la cumpla, que no e pequeña carga, pues en siendo Padre nos ha de sufrir por graves que sean las ofensas. Si nos volvemos a El, nos ha de perdonar como al hijo pródigo, nos ha de consolar en nuestros trabajos, nos ha de sustentar como lo ha de hacer un tal Padre, que por fuerza ha de ser mejor que todos los padres del mundo.” Camino de Perfección 27.2 

   Bien le viene a quien quiere usar los anteojos o espejuelos de Dios, tener antes un corazón puro y cristalino. Creo se aclaran a la par, los ojos y el corazón. Es fácil condenar y usar del poder para dictar sentencias. 

   Qué bueno sería tratar de repetir: “Jesús, manso y humilde de corazón, haced mi corazón semejante al tuyo”. Nuestros corazones pudieran ayudar a los ojos a ver la bondad, a disculpar y comprender el mal.