La jarra de barro de Dios

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD

Sitio del Padre

 

 

Un rey oriental llamó a sus tres hijos para someterlos a una prueba de su sabiduría. Colocó delante de ellos tres jarras selladas: una de oro, otra de ámbar y otra de barro. 

   En una de ellas se guardaba el tesoro más valioso de todos y cada uno de sus tres hijos tenía que decidir por sí mismo cual era aquélla que lo contenía. 

   El primero, movido por la codicia, escogió la de oro. Pero al abrir el sello y mirar hacia dentro vio con asco que estaba llena de sangre. Entre el rojo de la sangre vio refulgir una palabra “imperio”. 

   El segundo escogió la de ámbar y al abrir el sello vio que estaba llena de ceniza. Entre la ceniza refulgía una palabra “gloria”. 

   El tercer hijo, desposeído de todo egoísmo, se conformó con la que quedaba, la de barro. Al abrirla sólo vio escrito en el fondo la palabra “Dios”. 

  Los sabios de la corte declararon a una voz que su jarra valía más que todas, porque el solo nombre de Dios lo encerraba todo.

Miguel Limardo 

 

   Los verdaderos sabios, los santos, eligieron a Dios como el tesoro más importante de su vida, porque descubrieron que en Dios se hallan escondidas todas las riquezas del firmamento. Felices aquellos que no necesitan ver para creer y escuchan la Palabra y la ponen en práctica (Lc 11.28). Felices los que han descubierto a Dios en su vida y han saboreado su dulzura y bondad. 

   “Dios existe: yo lo he encontrado” (A. Frossard). Dios está vivo en mi alma, proclamaba Santa Teresa de Jesús, ella no podía  dudar de que dentro de su ser estaba “vivo y verdadero” (Cuentas de Conciencia,42). Este Dios vivo presente en la historia, nos llama a la comunión en El para llenarnos de sus dones. El es “quien tan si tasa se nos da” (Vida Epílogo), y “no parece aguarda más de a ser querido para querer (Fundaciones, 3.18). 

   Para saber elegir a Dios, poder leer su nombre, es necesario “desposeerse de todo egoísmo” para descubrir toda la riqueza y sabiduría que encierran el nombre y la experiencia de Dios. 

   Dios vive en una vasija de barro: el ser humano. Quien no lo ha descubierto ni en sí mismo ni en los demás, no sabe lo que es la felicidad y el descanso. Quien habiéndolo encontrado lo ha perdido, siente lo que relata San Agustín cuando le faltó un joven amigo: 

   “Suspiraba, lloraba, me conturbaba y no hallaba descanso ni consejo. Llevaba yo el alma rota y ensangrentada, como rebelándose de ir dentro de mí, y no hallaba dónde ponerla. Ni en los bosques amenos, ni en los juegos…ni en los banquetes…ni en los libros…Todo me causaba  horror, hasta la misma luz…y todo cuanto no era lo que él era…me parecía insoportable y odioso”.