La mariposa y la luz

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD

Sitio del Padre

 

 

    Una noche se reunieron las mariposas. Trataba, anhelantes, de examinar la forma de conocer de cerca el fuego. Unas a otras se decía: “Conviene que alguien nos informe un poco sobre el tema”.

Una de ellas se fue a un castillo. Y desde fuera, a lo lejos vio la luz de una candela. A su vuelta vino contando sus impresiones, de acuerdo con lo que había podido comprender.

Pero la mariposa que presidía la reunión no quedó bastante satisfecha: “No sabes nada sobre el fuego”, dijo.

Fue otra mariposa a investigar. Esta penetró en el castillo y se acercó a la lámpara, pero manteniéndose lejos de la llama. También ella aportó su pequeño puñado de secretos, refiriendo entusiasta su encuentro con el fuego. Pero la mariposa sabia contestó: “Tampoco esto es un auténtico informe, querida. Tu relato no aporta más que los anteriores”.

Partió luego una tercera hacia el castillo. Ebria y borracha de entusiasmo se posó batiendo sus alas, sobre la pura llama. Extendió las patitas y la abrazó entusiasta, perdiéndose en ella alegremente. Envuelta totalmente por el fuego, como el fuego sus miembros se volvieron al rojo vivo.

Cuando la mariposa sabia la vio de lejos convertirse en una sola cosa con el fuego, llegando a ser del color mismo de la luz, dijo: “Sólo ésta ha logrado la meta. Sólo ella sabe ahora algo sobre la llama”.


Leyenda árabe



Era de noche cuando las mariposas decidieron conocer la luz. Cada una quiso acercarse al fuego, pero de lejos. Sólo una logró fundirse y confundirse con la llama, porque se acercó.

La luz se ha hecho para iluminar. Quien la ha encontrado, no se puede quedar con ella. Tendrá que repartirla, pues no se da para meterla debajo del celemín, sino para ponerla sobre el candelero y para que alumbre a todos los de la casa y del mundo. La luz tiene que llegar a todos.

“Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol…
y un camino virgen Dios…”


(León Felipe).


El cristiano tiene una llamada permanente a la vida, a la libertad, a la luz. Sólo aquellos que se acercan a la luz y beben de ella, podrán ser verdaderos testigos de la luz, y no se limitarán a contar sus impresiones.

“Ardió el sol en mis manos,
que es mucho decir;
ardió el sol en mis manos
y lo repartí,
que es mucho decir”.

(Nicolás Guillén)