Cuenta conmigo

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD

Sitio del Padre

 

 

  Fábula del místico árabe Sa´di:

Un hombre que paseaba por el bosque vio un zorro que había perdido sus patas, por lo que el hombre se preguntaba cómo podría sobrevivir. Entonces vio llegar a un tigre que llevaba una presa Ens. Boca. El tigre ya se había hartado y dejó el resto de la carne para el zorro.

Al día siguiente Dios volvió a alimentar al zorro por medio del mismo tigre. El comenzó a maravillarse de la inmensa bondad de Dios y se dijo a si mismo: “Voy también yo a quedarme en un rincón, confiando plenamente en el Señor, y éste me dará cuanto necesito”.

Así lo hizo durante muchos días; pero no sucedía nada y el pobre hombre estaba casi a las puertas de la muerte cuando oyó una Voz que le decía: “¡Oh tú, que te hallas en la senda del error, abre tus ojos a la Verdad! Sigue el ejemplo del tigre y deja ya de imitar al pobre zorro mutilado”.


Sa´di



Es necesario abrir los ojos para darse cuenta de que tenemos pies y manos para poder auxiliar a los otros. Todo ha sido creado por Dios. El mundo es “la obras de sus manos” (Ps 18.2). Su mano ha estado siempre cercana al elegido, al necesitado, para ejercer siempre la acción salvadora de su poder.

Por las manos nosotros damos y recibimos. Abiertas, esperan que alguien las llene. Cerradas indican que no necesitan de nadie ni de nada. A veces cerramos nuestro puño para gritar, golpear.

Dios no solamente escudriña los corazones, sino que parece que también sabe leer las manos, lo que hay reflejado en ellas. Algunas son merecedoras de queja. No le agradan las vanas ofrendas. Aparta los ojos cuado alzan las mano, “porque están llenas de sangre” (Is1.15). Hay que purificar y limpiar el corazón para que así lo están las manos y se pueda orar “elevando al cielo unas manos piadosas” (1 Tim2.8).

La mano que recibe el cuerpo de Cristo, se necesita para socorrer al hermano necesitado se su calor y del fruto de su trabajos. Cuando alargamos nuestras manos para ofrendar, es porque nuestro corazón no está atrofiado. Para que éste no muera, es preciso renovarlo cada día con firmeza e interés, pues “el amor que no está brotando continuamente, está muriendo continuamente” (Jalil Gibran).