Una experiencia de luz en las tinieblas

Autor: Mons. Angelelli, 9 de marzo de 1975

 

 

Hace poco moría un hombre anciano, amigo personal y padre de una familia numerosa. Era un hombre hecho en la lucha de la vida por darle a sus hijos pan y sentido cristiano de la existencia. Dios lo probó de muchas maneras y, habiendo conocido su vida, pensó en Job... 

No hace mucho, había quedado sin vista. Luego, gracias a los esfuerzos de la ciencia, Dios se la devolvió. Y meses atrás, sintiéndose morir, fue llevado a un sanatorio; allí, apenas llegado, le confió a uno de sus hijos menores: "Cuánta gente pobre sufre en el mundo sin tener quien los cuide y se acuerde de ello si Gracias a Dios, no estoy solo, los tengo a ustedes... Hijo, sufro, pero tengo la esperanza de llegar dentro de poco a la resurrección..." Este era su tema favorito en esas horas. ¡Y ciertamente que no era un alienado ni... chocheaba! El seguía diciendo: "No te olvides, hijo mío, de que soy un cristiano, como lo son ustedes; esta es una gracia de Dios una gran responsabilidad, no lo olviden nunca... La vida me ha enseñado mucho... No le tengo miedo a la muerte... Quiero encontrarme en un abrazo con mi Padre aquel misericordioso..." Y mientras el cáncer consumía su cuerpo frágil y cansado andar y andar, como un patriarca dejó sus últimos consejos a los hijos que rodeaban la cama; estaban presentes también sus nietos bisnietos. que mandó llamar. Tenía ochenta años... Luego, iluminado visiblemente su rostro por una alegría interior, recibió del sacerdote el sacramento de la reconciliación, la comunión eucarística y el óleo de los enfermos. Apagándose ya su aliento, dejó a los suyos, con lucidez, un último testamento, hablándoles de quién había sido Cristo en su vida, de cómo él lo había iluminado. Y con voz muy queda cantó un canto a la Virgen María. No alcanzó a terminarlo; quedó dormido en su canto, con la serenidad de los justos. 


Fuente: Reflexiones 21, Misión Jesuita Multimedia - Compañía de Jesús - Argentina