Un criminal es un hijo de Dios

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Una tarde de enero de 1951, en un pueblecito del Japón, una niña se acercó a la entrada de la prisión y le entregó un paquete al Superintendente.
–– “Déle este paquete a algún criminal condenado” –le dijo, y se fue. 
El paquete contenía una serie de libros religiosos y una carta consoladora, en la que se podía leer que un criminal es un hijo de Dios.
El Superintendente entregó el paquete a un hombre que había sido condenado a muerte por haber asesinado a los tres miembros de una familia.
El prisionero se conmovió hondamente y escribió una cartita a la niña, que decía: 
–– “Yo, el más inicuo de los villanos, he tenido miedo de la muerte a la cual me voy a enfrentar dentro de unos días. Pero ahora, ese temor ha disminuido… ¡Qué grande es la misericordia de Dios hacia mí, pecador…! ¡Que Dios te bendiga, Sahiche Yamada!”.