Aquel rostro era el mío

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Entonces ellos (los condenados) responderán diciendo: Señor, cuándo te vimos hambriento o sediento, o peregrino, o enfermo, o en prisión y te socorrimos?... (Mateo, 25, 44-45)

Este rostro, Señor, me ha vuelto loco todo el día.

Es un reproche vivo, un largo grito que golpea mi paz, que me impide estar en armonía.

Este rostro me recuerda: la miseria, el aire apestado, el humo, el alcohol, el hambre, el hospital, el sanatorio.

Por momentos, al verlo me recuerda el trabajo aplastante, humillante, el paro, la crisis, la guerra.

Y me muestra bailes embriagantes, canciones asquerosas, películas horribles, música lánguida, besos mentirosos y sucios.

Este rostro tiene la rebelión, el alboroto, los gritos por la injusticia, los golpes, el odio.

Llegan de todas partes, imágenes de hombres de mil rostros horrorosos con sus gordos dedos sucios, sus uñas rotas, sus alientos apestosos. Han acudido de todos los rincones del mundo, de todas partes.

Vienen más!! Ahora, sus caras tienen egoísmo, orgullo, cobardía; avaricia sensualidad trampa.

Estas miradas me incomodan. Me duelen. Son una queja dolorosa, un grito de rabia, pero también una llamada desgarradora, porque en el fondo, este rostro ridículo, gesticulante, tiene un destello, una llama, una trágica súplica; el infinito deseo de un alma que quisiera vivir más allá del pantano maloliente que pisan sus pies.

Señor, este rostro me vuelve loco, me da miedo, me condena, porque YO HE TRABAJADO COMO TODOS PARA QUE FUERA ASI...o al menos he dejado que lo hicieran así, y ahora pienso que este rostro es el de un hermano, mío y tuyo.

Oh Dios, cuánto mal le hemos hecho a este miembro de tu familia!!!

Ahora, temo tu juicio, Señor.

Tú harás desfilar ante mí todos los rostros de estos hombres...y especialmente los de mi barrio, los de mi puesto de trabajo...y yo leeré en sus caras: la arruga que yo he abierto, la boca que yo torcí, la mueca que esculpí, la mirada que manché, la que extinguí.

 Todos desfilarán ante mí, vendrán los conocidos y los desconocidos, los de mi tiempo y los de siglos pasados y todos cuantos vendrán a este taller del mundo, y yo estaré inmóvil, aterrado, en silencio.

Será entonces cuando Tú me dirás: AQUEL ROSTRO ERA EL MIO.

Señor, perdón por este rostro que hoy me ha condenado. Perdón por este rostro que se cruza en mi camino a todas horas, en todo momento. Perdón porque he cerrado los ojos, he dado vuelta la cara, hice que no veía... Gracias Señor, porque este rostro hoy me ha despertado.