Carta al hombre del desierto

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Querido hombre:

He escuchado tu grito de Adviento. Está delante de mí. Tu grito, hombre, golpea continuamente a mi puerta. Hoy quisiera hablar contigo para que repienses tu llamada. Hoy, hombre, te quiero decir: ¿Por qué “Dios” preguntas? ¿A qué “Dios” esperas? ¿Qué has salido a buscar y a ver en el desierto?

Escucha a tu Dios, hombre de Adviento:

“No llames a la puerta de un ‘dios’ que no existe, de un ‘dios’ que vos te imaginas... Si esperas... ábrete a la sorpresa del Dios que viene y no del ‘dios’ que vos te haces... Vos, hombre, y todos los hombres, tienen siempre la misma tentación: hacer un ‘dios’ a la imagen de ustedes mismos. Yo te digo hombre, yo Dios de vivos, soy un Dios más allá de tus invenciones.

Vos, hombre, y tantos otros, salen a ver dónde está Dios... Se dicen: “aquí está” pero no lo ven, y se sienten desanimados porque Dios no está donde les dijeron...

Y Dios está vivo. Pero ustedes no tienen mentalidad de Reino: no descubren a Dios en lo sencillo. Les parece que lo sencillo es demasiado poco para que allí esté Dios. Sépanlo: Yo, el Señor Dios, estoy en lo sencillo y pequeño...

Hombre de hoy y de siempre: deja espacio a tu Dios dentro de tu corazón. Sólo puedo nacer y crecer donde mi palabra es recibida y escuchada.

Qué tranquilo te quedas, hombre, haciendo “lo que hay que hacer” porque “haciendo las cosas de siempre” evitas la novedad del Evangelio. Pero yo te digo que tu corazón queda cerrado, y tus ojos incapaces de ver el camino por donde yo llego. No te defiendas, hombre, como haces siempre. No te escondas bajo ritos vacíos. Salí a ver al Bautista en el Jordán. Allí vas a ver que los únicos no convertidos son siempre los que se saben justificar.

Hombre, si me esperas, deja de hacerme vos el camino, y emprende el camino que Yo te señalo por boca de los profetas. Abrí el corazón a mi Palabra.

Yo, tu Dios, hablé.