Déjate amar por Dios

Autor: Kary Rojas

 

 

Hoy es el mejor día del año.
En estos días, a pesar de tener mi mente llena de reflexiones, siento como si mis letras estuvieran viviendo un desierto y cuando hablo de desierto, hago referencia al silencio que se convierte en oración, en cuestionamientos, en pensamientos o en simplemente silencio. 
Este tiempo de cuaresma, este caminar hacia la Pascua, realmente me pone a pensar muchas cosas; las mismas lecturas bíblicas que la liturgia nos regala en estos días, invitan a la constante reflexión.
Pero hay algo que realmente pienso y me cuestiona: ¿Experimentamos el amor de Dios? 
Es común escuchar decir: yo sé que Dios está conmigo, El me ama, yo rezo y sé que EL me escucha; pero a pesar de todo eso me angustio, tengo miedo, le pregunto por qué a mí en fin ¿te ha pasado a ti?
Desde mi reflexión, considero que el primer testimonio que debemos dar es el de nuestra experiencia del amor de Dios. 
¿Pero como hacerlo?
Psicológicamente, cuando vemos a una persona madura, segura de sí misma, optimista, decimos: ha recibido mucho amor en su casa y eso la ha fortalecido. 
Ahora, ¿cómo demuestro mi experiencia del amor de Dios? 
En estos días he reflexionado mucho en eso, porque he pensado en todas las cosas que el Amigazo a diario me regala, y me siento comprometida con El, a dar testimonio de todo ello, el evangelio nos dice: Una luz no se enciende para guardarla debajo de la mesa, sino para colocarla encima y que alumbre toda la casa y el amor de Dios es eso, una luz que ilumina nuestras vidas. 
Desde mi experiencia personal, descubrir que se es diferente, con todo lo que ello implica en un mundo tan materialista y superficial que vive de apariencias, no es fácil. 
En algunos momentos de mi vida, experimenté la mayor soledad y vacío que se puede sentir, a pesar de estar rodeada de gente que decía amarme.
Más de una vez le pregunté a Dios en silencio: ¿Por qué yo? ¿Por qué no pude ser como todos? 
Una persona que hace estas preguntas, realmente no se siente amada; por el contrario, se siente castigada o injustamente tratada. 
A pesar de todo ello, seguía viviendo, y había algo en mi que no sabía que era, pero que me motivaba a superarme, además recibía todo el amor y el apoyo de mis padres, las palabras de optimismo y fe de las que me alimentaba mi papá, y una fuerza que me motivaba a no rendirme, a luchar e ir avanzando en mi caminar. 
Y aunque en mi interior sentía vacío, rabia, soledad, yo sonreía, luchaba, seguía, suena contradictorio, eso mismo pensaba yo.
Fueron momentos y etapas muy difíciles, que asumía en el silencio de mi soledad, pero que jamás me hicieron dar por vencida. ¿Por qué? Ni yo misma lo sabía.
Aparecieron personas, libros, situaciones que me motivaban y me ayudaban a descubrir caminos nuevos y yo pensaba que esos recursos estaban simplemente ahí, y que yo misma los buscaba por mi propia cuenta, algunas veces era suerte, coincidencia, o logros propios.
0 solo eso, por eso a pesar de que iba escalando y surgiendo, mi interior seguía vacío, o así lo sentía pero ahí seguía esa fuerza que me impulsaba y me hacía ver nuevos caminos. 
Cometí errores, caí, busqué llenar mis vacíos de mil maneras pero todo lo que encontraba era pasajero, creaba en mí ansiedades, angustias, miedo, y en mi oración, pedía morir. 
Y cuando algo me pasaba, le decía a Dios: ¿qué mas quieres de mí? No solo me haces diferente, sino que me pones las cosas difíciles ¿por qué me creaste así? ¿Por qué no pude ser como todos?
Llegué a experimentar todavía más dolor, cuando perdí lo que más amaba: MI Padre, el ser que yo consideraba mi mayor fuerza y estímulo, la persona que yo sentía era el que más me amaba, el que me alimentaba de ganas de vivir, luchar y superarme el que fabricaba en mí los sueños de cada día.
Y todavía más duro, murió por una enfermedad de la cual no suele morir la gente: Varicela y además, yo se la había contagiado. 
En el primer momento, tal vez no supe ni qué decirle a Dios, ya no había palabras para expresar tanto dolor.
Pero dentro de mí, a pesar de que ya no había oración (aparentemente, porque siempre rezaba, no sé si convencida o no, pero lo hacía, además siempre dialogaba con Él, así sea para quejarme o preguntar por qué, pero le hablaba) una fuerza me invadió sentía dolor, pero estaba llena de paz, ni yo me lo creía, no había que decirlo, la transmitía. 
Y recuerdo claramente, mis palabras en la Eucaristía de Sepelio de mi padre: Gracias Dios, por la vida de mi padre y por el regalo maravilloso que me diste en él. 
Fue un gracias que salió del corazón, no fue irónico, fue real, yo lo experimentaba, lo sentía y al pronunciarlo me llenaba de paz. 
Esa máxima experiencia de dolor que había experimentado, me hizo entender que por mí sola no podía lograr nada, que realmente lo humano no me llenaba, que no sabía que hacer, que en las manos de Dios me abandonaba.
Y no niego que los días siguientes, sin mi padre fueron difíciles, pero sentía paz aunque lloraba, aunque lo extrañaba, aunque me sentía sola porque descubrí algo: Con Dios, este dolor y vacío son muy difíciles, pero sin Él, eran mucho más difíciles todavía. 
Y decidí algo: llenarme de Él, aprender a experimentar su amor. Porque la presencia de mi papá en mi vida no era suerte ni 
casualidad, era muestra del amor de Dios, y como esa muestra, habían muchas personas, cosas y situaciones que no estaban ahí por coincidencia, sino por DIOSIDENCIA. 
Y alguien me enseñó a llamarlo: El Amigazo, y esa relación de amistad, llenaba muchos de mis vacíos, ahora ya no tenía un amigo, tenía al Amigazo, y en Él, descubrí que a mí alrededor había mucha gente que siempre había estado ahí y que siempre me había querido y creído en mí, solo que muchas veces pretendí llenar con ellos mis vacíos, y ese vacío solo lo llenaba Dios.
Y sí, era pequeña, diferente, pero tenía muchos dones, hacía mil cosas, había llegado lejos, estaba viva a pesar de que muchas veces pedí morir; estaba viva, a pesar de que cuando nací, muchos médicos dijeron que yo solo viviría hasta los 10 años; y ¿de dónde venía esa fuerza que experimentaba, esos dones que me adornaban? De ese amor de Dios que me daba y que yo me negaba a experimentar o aceptar. 
Él me estaba amando, pero yo no me dejaba amar.
Descubrí que no sabía orar, orar es diálogo, y cuando se dialoga, se está seguro que ambas partes hablan y escuchan; y yo no estaba convencida de que Él me escuchaba y mucho menos escuchaba su voz; Por eso, mi oración no me llenaba, era como un monólogo, de mi ser, con mis ansiedades y vacíos. 
Él me estaba hablando, pero yo no lo escuchaba, porque cuando hablamos y hablamos y no damos oportunidad al otro de hablar, no escuchamos lo que nos dice. 
Y me encontré con personas que me decían cosas que me hacían reflexionar, me abrían los ojos, me hacían sentir el amor de Dios, solo que no eran ellas las que me hablaban, sino el mismo Dios. 
Descubrí algo: no le damos a Dios el lugar que debe tener en nuestra vida: el de Padre, Hermano y Amigo.
Dios es para muchos un escudo, una tabla de salvación, una tarjeta de cajero automático, un baúl de sugerencias y lamentaciones, lo utilizamos con escape, le hablamos cuando lo necesitamos.
Miré a mi alrededor, y encontré vacío y soledad en los corazones de mucha gente, que sufría al tener aquello que yo creí que me faltaba, una apariencia física que las esclavizaba, una altura, que a pesar de tenerla, sus sueños no alcanzaban, y yo con mi dificultad para andar, y sin poder casi ni alcanzar a abrir una puerta o encender la luz, había logrado hacer realidad muchos de mis sueños, tenía lo que ellos soñaban.
Entonces, no se me había negado nada, lo tenía todo, desde siempre, pero había estado ciega, sorda y muda al amor de Dios. 
No era anormal, era ESPECIAL, y cuando alguien te dice: TU ERES ESPECIAL PARA MI, es porque el valor que tiene esa persona sobrepasa el común denominador, no era igual, era Especial. 
No estaba sola, se me había dado una familia, unos padres que desde siempre a pesar de la confusión y el dolor que implica tener un hijo Especial, me amaron, me apoyaron, me acogieron, me dieron lo mejor.
Tuve un padre excepcional, único, que vivió por mí, me amó hasta el último día de su vida e hizo de mí lo que soy.
Encontré personas que me amaron, creyeron en mí, estuvieron conmigo siempre. 
Se me abrieron caminos, tuve fuerzas para seguir a pesar de las veces en que caí, en que tomé caminos equivocados, siempre seguí, nunca me rendí, viví con todo de mí. 
Me encontré con un sinnúmero de dones, talentos y cualidades que me adornaban y se convertían en herramientas para construir mi superación y hacer realidad mis sueños.
He podido ir alcanzando una a una las metas que me he trazado, he realizado muchos de mis sueños
¿Y qué es eso? ¿Suerte? ¿El destino? ¿Coincidencias? ¿Oportunidades? Estrategias? 
No, todo eso, simplemente, EL AMOR DE DIOS.
No puedo decir, que no tengo momentos difíciles, que no lloro, que no me canso, o que me es fácil ser diferente.
Todo sigue igual, pero yo he cambiado, he aprendido a CONFIAR en el Amigazo, a ver la vida con otros ojos, a experimentar su amor en cada cosa, en cada día, en cada momento, en cada persona, por ello, lloro con paz, río con paz, vivo en paz. 
Aún cuando me equivoco, cuando fallo o la embarro, reconozco mi fragilidad, le pido perdón y experimento su Misericordia. 
El amor de Dios, me hace libre.
Si El está por sobre todas las cosas, si EL, mi Padre, mi Amigazo, es Dios, entonces, ¿por qué temo? 
Ya no digo, por qué?, sino ¿Para qué?, qué quieres que haga a través de esto que tal vez no entiendo o que me duele.
Ya no quiero que digan de mi: mira todo lo que ha logrado, por el contrario, espero que digan: Se ha dejado amar por Dios.
Descubrí que los vacíos de mi vida, no los podía llenar con cosas ni personas, sino con el amor de Dios.
Descubrí que la fuerza no está en mis brazos ni en piernas, sino en la Fe que se fortalece al experimentar el amor de Dios.
Descubrí que todo lo que tengo, lo que he alcanzado, las personas que amo y me han amado, no son gratis, ni si quiera me las he ganado, son muestras del amor de Dios.
Descubrí que mi vida, con lo que soy, con lo que sueño, no me pertenece, no es suerte ni casualidad, es el mayor don que me ha dado Dios.
Ahora, con todo esto, no puedo quedarme callada, quiero gritar al mundo, que Dios me ama, y que así como me ama, te ama, nos ama, 
Porque somos sus Hijos, El nos ha creado, nos ha soñado, y por sobre todas las cosas, nos ha amado.
Aprendí que el amor de Dios, me hace vivir cada día, con sus afanes, como el Mejor día del año.