Dichosa tu que has creído

Autor: Padre Carlos Carretto

 

El fuego en el que había cocido el pan se estaba apagando. La noche estaba ya avanzada y me sentí solo.

La presencia de María estaba ahora en el rosario que tenía en la mano y que me invitaba a rezar.

Sentía frío, y me envolví en el bournous (capa árabe de lana de oveja) que tenía conmigo.

La oscuridad fue completa, pero no tenía ganas de dormir.

Quería gustar la meditación que María me había regalado. Sobre todo quería entrar con dulzura y fuerza en el misterio de la fe; la verdadera, la dolorosa, oscura y árida.

¡Oh, no! No es fácil creer; es más fácil razonar.

No es fácil aceptar el misterio que te supera siempre y que va ensanchando siempre los límites de tu pobreza.

¡Pobre María!

¡Tener que creer que el  niño que llevaba en su seno era Hijo del Altísimo!
Sí, fue sencillo concebirlo en la carne, ¡pero extremadamente comprometido concebirlo en la fe! ¡Qué camino!

Sin embargo, no existe ningún otro. No existe otra opción.

¿Quieres, María, aterrada por creer, volverte atrás, pensar que no es cierto, que es inútil intentarlo, que es una ilusión la de un Dios que se hace hombre, que no hay un Mesías de salvación, que todo es caos, que en el mundo domina lo irracional, que será la muerte la que venza al fin y no la vida?

¡No! Si creer es difícil, no creer es muerte segura. Si esperar contra toda esperanza es heroico, no esperar es angustia mortal. Si amar cuesta sangre, no amar es un infierno.

¡Creo, Señor!

Creo, porque quiero vivir. Creo, porque quiero salvar a alguien que se ahoga: a mi pueblo.

Creo, porque creer es la única respuesta digna de Ti, que eres el Trascendente, el Infinito, el Creador, la Salvación, La Vida, la Luz, el Amor, el Todo.

Qué cosa tan extraña, por no decir maravillosa: apenas he dicho con toda el alma la palabra "creo", veo que la noche se vuelve clara.

Ahora cierro los ojos, porque precisamente ella, la noche, me deslumbra con su luz más allá de toda luz.

Sí, no hay nada más claro que esta noche oscura, nada más visible que el Dios invisible, nada más cercano que esto infinitamente lejano, nada más pequeño que este Dios Infinito.

De hecho, ha conseguido permanecer en tu pequeño seno de mujer, María, y tú le has podido calentar con tu bello cuerpecito.

¡María! ¡Hermana mía!

Dichosa tú que has creído, te digo esta noche con entusiasmo, como te lo dijo tu prima Isabel aquella tarde cálida en Ain-Karim.