Dios es Dios

Autor: Manuel Ortega Riquelme



No hay ni un solo sabio 
que lo haya podido definir exactamente. 
Ni un santo, ni un poeta, ni un Papa, ni un Obispo. 
Es que Dios se nos escapa siempre. 
Es mucho más 
que lo que nuestras débiles palabras logran expresar. 
Es más inteligente y sabio que todas las reflexiones
acumuladas a lo largo de los siglos. 
Está más allá de todos los espacios conocidos. 
No limita en nuestras fronteras. 
No se reduce a nuestros lugares. 
No se somete a nuestros esquemas. 
No se dirige por nuestros criterios. 
No usa ni abusa de nuestra lógica. 
No se deja conducir según nuestros principios. 
No lo explican ni lo abarcan, 
ni lo encierran nuestros libros, 
ni nuestros templos ni nuestras homilías.
Lo pensamos como un Rey 
y El se muestra humillado ante su pueblo. 
Lo proclamamos santo repetidamente 
y lo vemos comiendo con multitud de pecadores. 
No hay ideas ni palabras 
que logren abarcarlo o describirlo. 
Dios es Dios. 
Es El. Solamente. 
Es quizás la necesidad más oculta 
de cada hombre en sus misterios. 
Es el llamado permanente 
de los que buscan afanosamente entre las sombras. 
Es la pureza transparente 
de aquellos que lo añoran cada noche. 
Es el consuelo de los que lloran amargamente 
porque han perdido su esperanza.
Es la libertad que todos reclamamos a gritos por las calles.
Es la paz que pedimos y anhelamos 
con majadera insistencia en nuestra vida. 
Es la alegría que echamos de menos 
en nuestro rostro y convivencias. 
Es la felicidad que lloramos por encontrar alguna vez 
pero que no logramos dar alcance. 
Es la añoranza de haberlo poseído en otro tiempo 
y el hambre insatisfecha de llenar con El nuestros vacíos.
Es la experiencia vital 
que rompe toda sabiduría o aprendizaje.
Es especialmente el amor y la locura 
de confiar en los hombres, a pesar de todo, 
y no rendirse ante un espiral de egoísmos y distancias.
Dios es la bondad, la ternura permanente, 
el perdón reiterado, la caricia, el apoyo, 
y la fuerza que pedimos suplicantes. 
Es la misericordia y la fortaleza que esperamos 
y lloramos con tanta insistencia cada día. 
Dios es el aire que inspiramos trece veces por minuto.
Dios es el pan que necesitamos comer cada jornada. 
Dios es el que hace golpear mi corazón 
cuatro mil doscientas veces cada hora.
Y es el que me conoce, me justifica, 
me perdona, me ama y me rodea. 
Dios está tan cerca que mira todas las cosas 
con la pupila de mis ojos. 
Dios está tan lejos que no he logrado mirar su rostro 
ni conocer su nombre. 
Dios se nos escapa siempre. 
Creí tenerlo entre mis manos 
y muy luego se me esfumó en silencio. 
Pensé que con esfuerzo podría darle alcance, 
y pronto me sentí desnudo y perdido entre las sombras.
El es el primero y el último. 
El que vive entre nosotros 
y el que nos trasciende totalmente. 
El que está en las alturas y en la profundidad. 
El que percibimos próximo 
y sin embargo sabemos muy distante. 
Dios no se encajona, no se encierra, 
no se reduce a un espacio, ni se limita en un concepto. 
En una palabra: ¿Dónde no está Dios? 
¿Hay algo que a El no pertenezca? 
¿Hay alguien a quien El no ame intensamente? 
¿Existe algo, cualquier cosa, 
que El no la haya llamado a existir, 
y que no la conserve en la existencia?
¿No vivimos a cada rato saboreando su presencia 
y gustando su palabra en lugares y lenguajes tan diversos?
¿Hay alguien que no haya amado alguna vez? 
Dios es Dios. 
Es poderoso, es infinito, es inmortal, es providente, 
es eterno, es justo, es creador. 
Y sobre todo, ¡es Padre! 
Y por eso lo amamos y lo sentimos. 
Y lo buscamos y lo necesitamos. 
Y está aquí, aquí y ahora, aquí contigo, aquí conmigo.
Aquí ha estado siempre. 
Dios aquí no se ha movido. 
Está en su casa y domicilio. 
Aquí vive. 
Y aquí siempre nos está esperando. 
Aquí, en tu corazón y en el mío. 
En el bullicio y en el silencio diario. 
En los pequeños movimientos del mar y de los árboles, 
y en los grandes partos de la historia 
y de los acontecimientos seculares.
Aquí está, viviendo nuestra vida.
Y sin embargo, El está siempre más allá. 
Más allá. 
Muchísimo más allá...