El burro

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Un extraterrestre, un hombre, un Dios irrumpió de pronto entre nosotros. Destroza todos los esquemas mentales al uso. Revoluciona todas las costumbres. De un tajo divide a la historia en dos partes: Antes de Cristo y después de Cristo.

 Un obrero judío, un carpintero sin instrucción, hijo de carpintero, se coloca por encima de reyes y ángeles. Muy pronto, ese obrero, ese carpintero ocupa, y sigue ocupando, el primer lugar en el centro de la historia de la humanidad.


Desde entonces, millones y millones de hombres de todos los tiempos y de todas las razas le siguen y le ofrecen sus vidas. Otros muchos le odian y le persiguen.

 Parece como si nada hubiese cambiado desde su paso por la tierra. A Jesús se le sigue amando y odiando. Confucio y Mahoma no son odiados pues no se odia a los muertos, se odia a los vivos, y es que ¡ Cristo está vivo! ¡ Cristo vive! Tan vivo, que seguimos festejando su nacimiento todas las Navidades desde hace dos mil años.


Este hombre, este Dios habla de cosas impensables en aquella época, y difíciles de comprender y aceptar en todos los tiempos: Habla de amor. Toda su doctrina es una doctrina de amor. 


Alguien le pregunta: Maestro ¿Cuál es el principal mandamiento? Y el Maestro pausadamente contesta: ”...amarás al Sr. tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente...el segundo semejante a este Amarás al prójimo como a ti mismo". De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los profetas” O sea, los diez mandamientos se reducen a dos, y estos dos, a su vez, se resumen en una sola palabra: AMAR . Por tanto, en el amor reside toda la esencia y la grandeza del cristianismo. "Al final de nuestra vida nos examinarán de amor" escribe San Juan de la Cruz.


En una época en la que en cualquier guerra al vencido se le daba al anatema, pasando a cuchillo a hombres, mujeres, niños, ancianos y hasta a los animales ; en este contexto histórico, Jesús nos abruma con preceptos inauditos, nos manda : “...perdonar a nuestros enemigos hasta setenta veces siete.... y a que “nos amemos los unos a los otros como El nos ha amado” Sus palabras imperativas nos sorprenden y anonadan: “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian.”


Ya no es suficiente perdonar. Se nos exige además amar, incluso, ¡ amar a nuestros enemigos! Nos ha dejado su ejemplo. Clavado en una cruz mira desde lo alto a los que le han crucificado, a los que le han injuriado, escupido, abofeteado y coronado de espinas. Mirándolos, y mirándonos desde su cruz con bondad infinita, levanta su ojos al cielo, y, desde hace dos mil años, se sigue oyendo ahora como entonces el vibrar de aquella sorprendente efusión de amor: “PADRE, PERDÓNALOS, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN”