El don de la sencillez

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Cuando más avanzo por la vida, más me convenzo de que las cosas de este mundo son mejores cuanto más sencillas, que es la complicación lo que las envenena, que nos pierde la obsesión por aparentar que somos
importantes y retorcemos todo, creyendo que con ello destacamos y salimos de la mediocridad. Es todo lo contrario: lo mediocre son los perifollos lo estéril es lo entreversado, las personas son tanto menos
felices cuanto ponen la felicidad en cosas difíciles. 

En cambio lo sencillo, el ver las cosas como son, el disfrutar de lo pequeño, el preferir ser amable a ser ilustre, el querer a la gente sin preguntarse mucho si se lo merecen o no; todo eso es lo que va llenando los rincones de nuestra alma de verdadera alegría. Cuando se es sencillo, las personas cuentan sus cosas sin darse importancia, hablan bien de todos cuantos los rodean. Saben que, a pesar de sus problemas, están
seguros de que la vida va a ir mejor, o que al menos están dispuestos a sacarle el máximo jugo, y cuentan sus cosas con tal sencillez que no tratan de convertir en monumentos sus acontecimientos. Cuando no se es
sencillo, suele pasar con la religión, pensando que Dios está hambriento de sangre y sacrificio; lo difícil y complicados que se vuelven algunos.

Piensan que amarle es escalar una montaña de sacrificios diarios y se sienten en la obligación de acumular cada día toneladas de oraciones porque si no nunca le tendrán contento. Dios no puede ser jeroglífico. Un
buen amigo siempre es fácil de entender y no necesita que le dediquemos todos los días una tabla de gimnasia moral para demostrarle que le amamos. Para los seres complicados, lo difícil es sobre todo, orar. Creen
que Dios espera de nosotros una madeja de complicaciones cada vez que hablamos con El. En una ocasión leí en un libro antiguo algo que me llamó mucho la atención : Era un campesino, bueno e inculto, que tenía que hacer grandes esfuerzos para orar, siempre cargaba con su libro de oraciones, y al llegar el anochecer leía lo poco que podía deletreando. Sucedió que un día, durante su viaje, descubrió al llegar la noche, que se había olvidado de su libro de oraciones. ¿Cómo acostarse sin hacer sus
oraciones? Pensó él, trató de hacer un esfuerzo para ver si conseguía recordar alguna de memoria, pero imposible, no sabía ni dos palabras seguidas. Y entonces se volvió hacia Dios y le dijo: Señor, tú sabes que soy muy distraído y que he dejado en mi casa el libro de oraciones, y también sabes que no se me dió memoria ni una sola. Pero verás, voy a hacer una cosa: voy a recitar cinco veces y muy despacio todo el alfabeto, y entonces, tú escoges las letras, las juntas como deba ser y con ellas formas la oración que a Ti te guste más. Podemos estar seguros de que a Dios, aquel alfabeto le gustó muchísimo, más que todas las plegarias que jamás hayan construido todos los retóricos juntos. 

Esta sencillez, yo lo sé, es algo muy difícil de conseguir. Y todos los que tienen un oficio que hacer, como el ser escritor, saben que el escribir
sencillamente no es punto de partida, sino un punto de llegada, porque realmente, ni se escribe, ni se ama, ni se trabaja bien, mas que cuando todo eso se hace con la transparencia del agua clara. A los hombres, lo
normal no es que le falten cosas, como sabiduría, habilidad, prudencia, etc. Sino que nos sobran, orgullo, ganas de aparentar, afanes por darnos
importancia, etc... Jesús lo dijo sin darle muchas vueltas; si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Si no sois
sencillos y no tenéis el corazón abierto, ni seréis felices ni serviréis para nada, y Dios os mirará un poco desconcertado, como quien tiene que adivinar un jeroglífico. NO SEAMOS COMPLICADOS, LA SENCILLEZ ES UNO DE LOS DONES QUE MAS VALORA DIOS NUESTRO SEÑOR EN LOS HOMBRES.