El sacerdote

Autor:  Padre Michel Quoist

 


El Sacerdote . Oración del domingo por la tarde.

Los cristianos son muy exigentes con sus sacerdotes. Y hacen bien. Pero no pueden imaginar lo duro que es ser sacerdote... Quien dió su paso al frente con toda la generosidad de sus 24 años, sigue siendo un hombre. Y no hay día en que el hombre que sigue vivo dentro de él no intente recuperar lo que un día entregó a los demás. Es una lucha continua por permanecer totalmente disponible en favor de Cristo y del prójimo. El sacerdote no necesita cumplidos o regalos complicados. Tiene en cambio necesidad de que los cristianos a cuyo cuidado está dedicado, le demuestren, con su amor cada día más entregado a sus hermanos, que él no ha ofrecido en vano su vida.

Oración:
Esta tarde, Señor, estoy sólo. Poco a poco los ruidos en la iglesia se han callado, los fieles se han ido y yo he vuelto a casa, sólo. Me crucé con una pareja que volvía de su paseo, pasé ante el cine, bordeé las terrazas de los cafés, donde los paseantes cansados intentaban estirar la felicidad del domingo festivo; me tropecé con los pequeños que jugaban en la acera, los niños, Señor, los niños de los otros que jamás serán míos.

Y heme aquí, Señor, solo.

El silencio es amargo, la soledad me aplasta.

Señor, tengo... años, un cuerpo hecho como los demás cuerpos, unos brazos jóvenes para el trabajo, un corazón destinado al amor. Pero yo te lo he dado todo porque en verdad que a Tí te hacía falta. Yo te lo he dado todo, Señor, pero no es fácil. Es duro dar su cuerpo: él querría entregarse a los otros. Es duro amar a todos sin reservarse nadie, es duro estrechar una mano sin querer retenerla, es duro hacer nacer un cariño tan sólo para dártelo, es duro no ser nada para sí mismo por serlo todo para ellos, es duro ser como los otros, estar entre los otros, y ser otro, es duro dar siempre sin esperar la paga, es duro ir adelante de los demás sin que nadie vaya jamás delante de uno, es duro sufrir los pecados ajenos sin poder rehusar el recibirlos y llevarlos a cuestas. Es duro recibir secretos sin poder compartirlos, es duro arrastrar a los demás y no poder jamás, ni por un instante, dejarse arrastrar un poco, es duro sostener a los débiles sin poder apoyarse uno mismo sobre otro, es duro estar solo, solo ante todos, solo ante el mundo, solo ante el sufrimiento, la muerte, el pecado.

Hijo mío, no estás solo. Yo estoy contigo. Yo soy tú, pues Yo necesitaba una humanidad de recambio para continuar mi Encarnación y mi Redención. Desde la eternidad te elegí: te necesito.

Necesito tus manos para seguir bendiciendo, necesito tus labios para seguir hablando, necesito tu cuerpo para seguir sufriendo, necesito tu corazón para seguir amando, te necesito para seguir salvando: continúa conmigo, hijo.
Señor, esta tarde, mientras todo se calla y mi corazón siente la amarga mordedura de la soledad, mientras mi cuerpo aúlla largamente su hambre oscura, mientras los hombres me devoran el alma y me siento impotente para hartarlos, mientras en mis espaldas pesa el mundo entero con toda su carga de miseria y pecado, yo te vuelvo a decir mi sí, no en una explosión de entusiasmo, sino lenta, lúcida, humildemente, solo, Señor, ante Tí en la paz de la tarde...