En la adoración a la Santísima Eucaristía

Autor: José Antonio Pastrana

 

 

 

En la adoración a la Santísima Eucaristía he descubierto que Dios en esencia es amistad, esto es, Trinidad de Personas abrasadas en un mismo amor eterno, perfecto y recíproco. Descubro estar ante un Dios que todo lo hizo por amor y creo al hombre por amor y para amar. Nunca me siento solo después de reflexionar en esta bella realidad. Me siento dichoso de encontrarme ante quien me ama. Verdad son las palabras del libro de la Sabiduría que dicen: "Tú tienes compasión de todos porque todo lo puedes, y pasa por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan. Porque amas todo cuanto existe y no desprecias nada de lo que hiciste; si odiaras alguna cosa, no la habrías creado. ¿Cómo existiría algo si tú no lo quisieras? ¿Cómo permanecería si tú no lo hubieras creado? Pero tú eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amigo de la vida" (Sb 11, 23- 26).

La frase anterior me llena de confianza para ser fiel en la oración aún cuando todo sea más que aridez pero estoy convencido que Dios no dejará de mirar mi anhelo de unirme a Él, de mi vehemente deseo de ser todo suyo. Por eso al orar tengo siempre presente estas palabras del ESPÍRITU Y VIDA DE LOS AMIGOS DE JESÚS (que es el documento donde se encuentra expuesta la espiritualidad de mi Instituto Religioso): "Si a la hora de la adoración alguien está triste, o alterado, o cansado o desanimado, o piensa que no tiene gracia alguna para agradar a las divinas Personas, que no puede escucharlos, contemplar su Misterio, ni adorarlos como quisiera, ni puede sentir su luz, su salvación, su Presencia, su amor, su misericordia, ni platicarles o cantarles, si siente vergüenza de tener las manos vacías de buenas obras y muy llenas de infidelidades, no se desanime; jamás cometa el error de omitir la adoración; acérquese a la divina Presencia eucarística y, de rodillas, solamente piense: misericordia; y si tiene un poquito de ánimo, piense: misericordia perdón para todos; y, en silencio, abandónese a los pies de las Divinas Personas, porque si el animal perro que ha sido perseguido, revolcado, apaleado, está sucio, mal oliente y herido encuentra refugio y compasión a los pies de un pecador, su amo, ¿cómo el hombre, única criatura a la que Dios ha amado por sí misma (GS 24), dejará de encontrar refugio a los pies de su Señor que es Padre, Madre, Hermano, Amigo, Maestro, tres veces infinitamente santísimo y misericordiosísimo?

Si llega el sueño, o el cansancio, o la aridez espiritual, o la inquietud, o el dolor, o la preocupación por asuntos pendientes, o todo junto…, no se abandone la adoración, porque con ello llegó la oportunidad de ofrecer una saludable penitencia, una mejor prueba de gratitud, de fidelidad, de amor, de nuestro vehemente querer entrar en comunión con las divinas Personas, de nuestra disposición de servirlos (Lc 2, 37), de nuestra decisión incondicionada de permanecer en Ellos, que nos crearon a su imagen y semejanza, nos redimieron, nos participan de su vida divina y nos llevan eternamente en su corazón de Padre, Hermano, Amigo; hay un tiempo para todo, pero, un amigo de Jesús auténtico está dispuesto a morir antes de omitir la adoración personal diaria. (EVAJ 35)

Cuando estamos de rodillas ante la real y augusta Presencia eucarística de las divinas Personas nunca estamos solos; en Jesucristo y por Jesucristo representamos a toda la humanidad, especialmente a los más pecadores y necesitados, a los más pobres y enfermos; nos unimos a la intercesión de Jesucristo ante el Padre, porque Jesucristo al ser constituido sacerdote único, asumió la representación de todos los pecadores e intercede por todos; a nuestro lado está: nuestra madre María (MC 28; Puebla 291); nuestros incontables hermanos y amigos los Espíritus celestiales; y todos los bienaventurados, que con sus constantes ruegos, acción de gracias, alabanza y adoración, en virtud de los méritos de Jesucristo, nos empujan a la comunión con el Espíritu donde el Padre y el Hijo se encuentran y ratifican su unidad en la diferencia. (EVAJ 36)"

También tengo presente que "Un rato de verdadera adoración tiene más valor y fruto espiritual que la más intensa actividad, aunque se tratase de la misma actividad apostólica" (Puebla 529). Soy privilegiado de poder llegar a todos los hombres del mundo a través de mi adoración, porque ciertamente la Vida Religiosa Contemplativa no me hace ajeno o indiferente a la humanidad, al contrario, me coloca en el corazón mismo de la humanidad. Por esto puedo decir con verdad que los gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de mi tiempo son, a la vez, mis gozos y mis esperanzas, mis tristezas y mis angustias; como lo son también de Cristo.

A la adoración llego como el ciervo que busca apagar su sed, ante la Santísima Eucaristía he aprendido el valor del silencio que es necesario para escuchar a Dios y al hermano; en la Eucaristía he descubierto el verdadero sentido de la soledad que hace al hombre más disponible a la voluntad divina. En este Santísimo Sacramento escucho permanentemente las palabras de Cristo que me dicen: "¡Cómo he anhelado estar contigo estos momentos!" Y a la hora de comulgar mi corazón desborda de gozo al oír a Cristo decir. "¡Cómo he anhelado celebrar contigo esta Pascua!" ¿Podrá haber algo más bello?

Cierto que no todo en la vida religiosa es color de rosa y verdaderamente he llegado a profundizar en las virtudes cardinales cuya vivencia me permite experimentar la Presencia Divina, descubrirla en la Santísima Eucaristía sea en lo más árido de la oración o en la noche oscura que carece de todo afecto sensible, pero no de fe recta, caridad cada vez en perfección y esperanza cierta.

Gracias doy a Dios porque al poner su mirada santísima en este mundo no ha encontrado una persona con más necesidad de su misericordia que un servidor, este regalo me viene de Él que en mi fragilidad quiere manifestar su poder, en mi ignorancia su sabiduría, en mi debilidad su fuerza, en mi pecado hacer resplandecer su misericordia.

Convencido "que no tenemos aquí ciudad permanente, sino que anhelamos la ciudad futura". Junto a tantos hermanos en la fe caminamos con gozo bien consientes de nuestra condición de peregrinos y forasteros sobre la tierra. Caminamos convencidos de que "si la patria que añoramos es aquella de la que hemos salido, oportunidad tenemos de regresar a ella. Pero a lo que aspiramos es una patria mejor, la del cielo", allí de donde se dice que "Dios acampará con nosotros; seremos su pueblo y Dios mismo estará con nosotros. Enjugará las lágrimas de nuestros ojos y no habrá ya muerte, ni luto, ni llanto ni dolor, porque todo lo antiguo habrá desaparecido"

Digno de alabanza eres Tú, creador mío, la tierra toda aclame tu Misericordia y tu majestad sea ensalzada por los siglos.