Esclavos

Autor: Michel Quoist

 

También hoy hay esclavos, Señor, y esta mañana quiero rezar por ellos. 

Uno iba a ser contratado como obrero especializado pero tiene 45 años. 

El esclavo ha tenido que irse a la sopa de Cáritas. 

Ten piedad de él, señor. 

Dijeron: a partir del lunes, el horario de trabajo cambiará a las seis y media. 

La esclava despertó a sus pequeños a las seis, para salir al trabajo. 

Ten piedad de ella, Señor. 

Si los encuentro otra vez hablando en el taller, se van a ir a... 

Y la esclava calló, mordiéndose los labios. Ten piedad de ella, Señor. 

Les pagaré tres horas menos, para cubrir el percance de ayer, dijo el capataz. 

Y el esclavo, ardiendo de vergüenza y de cólera, agachó la cabeza sin rebelarse, porque en casa hay unos hijos que alimentar. 

Ten piedad de él, Señor. 

Hoy, los señores tendrán invitados, como todas las semanas. 

Y como ella duerme en el salón, tiene que esperar a que, a las tres de la mañana, los invitados se vayan. 

Ten piedad de ella, Señor. 

He aquí como los hombres egoístas han reducido a sus hermanos a la esclavitud. 

Pero Tú no quisiste eso, Señor, cuando nos invitaste a trabajar los unos POR los otros completando Tu Creación. 

Tú querías que la tierra fuese un inmenso taller donde el gesto más pequeño del hombre sirviera para la obra común. 

Tú te imaginabas unidos, como células de un mismo cuerpo, los campos en simiente y las fábricas humeantes, despachos y talleres, la intimidad del hogar donde las madres trabajan y las entrañas de la tierra donde escarban los mineros, el laboratorio de los sabios y el estudio de los artistas. 

Tú querías hombres maduros, enaltecidos por el trabajo. 

Pero hemos echado a perder el trabajo del hombre, hemos envilecido el misterio de la Creación. 

Esta mañana, Señor, te ofrezco el largo grito de rebeldía de los hombres, esclavos del trabajo, te ofrezco la humillación y la pena de cada uno, la lucha de todos. 

Te ofrezco los apaleados, encarcelados, ametrallados, asesinados, ese ejército de trabajadores que se bate a golpes de dolor para que sus hermanos sean libres. Ilumínales con tu luz, Señor: 

Que en sus problemas, sepan dónde van, Que sean Justos en su lucha, Que sean generosos en su entrega, y sobre todo, que sepan que este mundo mejor que hay que hacer le preocupa (más que a nadie) a SU PADRE.

 Si, purifica su corazón, Señor, a fin de que luchen por amor, y que todos, libres y ufanos, puedan ofrecer al Padre al fin de los tiempos, el Paraíso que contigo habrán construido con sus manos.

Amén.