No digas: es inútil que hable con Dios...

Autor:  Padre Michel Quoist



No digas: es inútil que hable con Dios, sabe que lo amo. Tampoco digas: no tengo ni un minuto para rezar, no importa, ofrezco mi trabajo, es una plegaria.

El amor exige que uno se detenga desinteresadamente. Si amas, debes encontrar el tiempo para amar. Orar es detenerse. Regalar el tiempo a Dios, cada día, cada semana. Si ya no oras, no reconocerás ni oirás a Jesucristo cuando te hable durante tu vida, pues para verlo y comprenderlo, hay que mirarlo y escucharlo en las citas cotidianas.

Orar es ante todo dirigirse a Dios. Si ya no oras te dirigirás a tí mismo. Si ya no rezas te quedarás solo, y como el hombre necesita un dios, te elegirás a tí mismo como dios.

Si vives lejos de Dios, poco a poco concluirás: "vivo bien sin El". Si vives sin El, lo olvidarás lentamente. Si lo olvidas, acabarás por creer que no existe.
Con mucha frecuencia para tí, orar es pedir. Ahora bien, orar es ante todo presentarse desinteresadamente ante Dios: Padre Nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Con mucha frecuencia para tí, orar es recibir. Ahora bien, orar es también ofrecer. Ofrecer la vida del mundo, ofrecer la propia vida, ofrecerse.

Con la plegaria, si no pretendes obtener "algo", deseas al menos experimentar una cierta satisfacción sensible. Pero, salvo una gracia especial, no puedes sentir nada durante la plegaria. Toda emoción proviene de los sentidos. Ahora bien, orar es ponerse en presencia, en contacto con Alguien que no es "sensible". No podrás orar en forma auténtica mientras esperas encontrar placeres sensibles en la plegaria.

Orar es a menudo aceptar aburrirse frente al buen Dios. Cuando estás reventado de cansancio, harto de responsabilidades y preocupaciones, agobiado de trabajo, abatido por el horario cargado, solicitado en todos lados por los demás, obligarte a detenerte y ceder totalmente ante Dios, aceptar la ineficacia humana ante El, "perder el tiempo" desinteresadamente en Su presencia, es hacer un acto de fe, de adoración y de amor, que es la base de la plegaria.

Hay que querer orar y querer orar es orar.

No digas nunca: no puedo orar, no sé orar, pues aceptar tratarlo siempre ya es orar. Por tu parte, tu plegaria vale por el esfuerzo que te exige. Por parte de Dios, por la acción del Espíritu en tí.

¿Te distraes en tus plegarias? Lo contrario sería excepcional. ¿por qué dedicarte a expulsar tus distracciones? Volverán. Míralas de frente y cualquiera que sea su naturaleza, ofrécelas a Dios en un gesto de homenaje o de arrepentimiento. Poco importa tu situación, tu condición presente. Dios te espera.

Pecas con todo tu ser. Amas con todo tu ser. Sería bueno que rezaras con todo tu ser. Haz rezar a tu cuerpo, haz rezar a tu alma, pero respeta en tí la jerarquía de los valores y no disocies el gesto del Espíritu. A medida que el amor se hace más profundo, necesita cada vez de menos gestos y palabras y cada vez de más silencios.

Te quejas a menudo de que no te atienden, significa que cambias los papeles. Reclamas de Dios que se haga tu voluntad, que ejecute tu plan, que se ponga a tu servicio. Rezar es todo lo contrario: Es pedir a Dios, que se haga Su voluntad, que ejecute su plan, que nos ponga a Su servicio. Si quieres ponerte en contacto con Dios haz de rezar, es decir estar a su disposición y permitirle que te transmita su gracia y su amor.

Ten confianza. Ten siempre confianza. Sabes que el Padre sólo puede querer tu bien. Sabes que si no accede a tu deseo, su amor responderá de todas maneras, pero en forma diferente.

Dios necesita de tu plegaria. Sólo puede darte algo si se lo pides, pues respeta infinitamente tu libertad. El te ruega en silencio sin cesar. Atiende a su Amor.
Nada se llevará a cabo si no rezas, pues rezar es:
permitir que la voluntad de Dios se instale poco a poco en tí, en lugar de la tuya; permitir que el Amor de Dios te invada en lugar del amor por tí; introducir con tu ayuda el Plan del Padre y su Amor todopoderoso entre los hombres.