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He leído en alguna parte acerca de un pajarito que nunca cantaba la melodía
que su dueño deseaba mientras en su jaula entraba la luz. El aprendía un
poquitin de esto, otro poco de lo otro pero nunca una canción entera por si
mismo hasta que su jaula no estaba cubierta y desaparecían los rayos de
luz.

Muchas personas jamás aprenden a cantar hasta que caen las sombras de la
noche.

El famoso ruiseñor canta con su pechuga apoyada contra una espina.

Fue durante la noche cuando se oyó la canción de los ángeles.

La luz sale de las tinieblas y la mañana nace de la noche.

James Creelman describe en una de sus cartas su viaje a través de los estados balcánicos en busca de Natalia, la reina desterrada de Serbia:
"En aquel viaje memorable", dice, "aprendí por vez primera que el abastecimiento de la esencia del perfume de rosas con el que el mundo se
surte, proviene de la montaña de los Balcanes.

Y, lo que más me llamó la atención, continua diciendo, "es que recogen las
rosas en las horas de mayor oscuridad. Los recogedores empiezan a la una y
termina de recogerlas a las dos".

"Al principio yo creí que hacían esto a dicha hora por superstición, pero
empecé a investigar sobre este pintoresco misterio y hallé que en experimentos científicos, recientemente realizados, se ha demostrado que el cuarenta por ciento de la fragancia de las rosas desaparece con la luz del día".

Y en la vida, como en la cultura humana, esto no es un pensamiento imaginario sin base, sino que es un hecho real.