La caridad

Autor: Constancio C. Vigil

 

 

Una señora muy rica deseaba practicar la caridad
en forma amplia y eficiente.

Después de reflexionarlo algunos días, resolvió aconsejarse de un hombre
renombrado por su sabiduría y buen corazón.

Oyó éste encantado los propósitos de su visitante.

Aclaró que no debe pedir consejo quien se reserva la decisión, por lo
cual él se limitaría a dar su parecer y se expresó así :

-Hay una caridad, de primer grado, a la cual todos estamos obligados.
Consiste en evitar que el prójimo padezca por nuestra culpa.
La sencillez y la sobriedad, por ejemplo, inducen a imitarlas y disminuyen
el valor de la especie, mientras la vanidad, la gula, la ostentación,
el lujo, lo acrecientan.
Luego, no hay que olvidar que la buena caridad empieza por los que
están más cerca; entre ellos, los más humildes servidores.
La caridad suprema de una madre, es consagrarse a asegurar la salud física
y moral del hijo. Todo esto cumplido, si aún se puede más, es permitida
la caridad en otras esferas- .

-Le he pedido -exclamó la señora- una opinión para emplear mi dinero
en buenas obras y no me aconseje usted sobre mi vida.

-Yo creí, señora -repuso el hombre de buen corazón, -que se trataba
de usted, de su caridad y de su amor a los que sufren ; pero advierto
que la duda consiste en lo que ha de hacer con su dinero.
En tal caso, aconséjese de un hombre de negocios.

Prometió ella reflexionarlo nuevamente.
Es lo que hace ahora.