La esquina calurosa

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Cuentan que en la bella y señorial Guadalajara, en los tiempos de la colonia española, vivía Don Gaspar Ontiveros un próspero comerciante a quien la buena fortuna le había brillado. Junto a Don Gaspar vivían su mujer y su padre, pues tres de hijos tenían sus respectivos hogares y los dos menores estudiaban en la Ciudad de México.

Repentinamente su esposa falleció y guardando el luto respectivo, al año
siguiente se casó con una ambiciosa muchacha. En los planes de esta mujer sobraba el anciano y achacoso padre de Don Gaspar, quien confinado por una hemiplejia, no salía de su cama y requería todo tipo de cuidados.

Aunque Don Gaspar quería a su padre, las presiones de su mujer por
deshacerse de él iban en aumento, al punto que lo colocó en la disyuntiva de elegir entre uno de los dos. A los pocos días, Don Gaspar hizo los trámites requeridos para su confinamiento en el Hospicio de la ciudad.

Era una cálida tarde de agosto cuando Don Gaspar, junto a cuatro camilleros emprendió el camino llevando a su padre al nuevo hogar. El sol caía a plomo y las brisas, como presintiendo el suceso, se negaron a soplar. Esto obligó al cortejo a detenerse en una sombreada esquina, para enjugarse el sudor y recobrar fuerzas. Cuando bajaron la camilla un rayo de inspiración iluminó el rostro del anciano, quien recobrando la lucidez dijo:

- ¡¡Que curioso!! En este mismo lugar nos detuvimos hace cincuenta años a enjugarnos el sudor del rostro cuando llevaba a mi padre al Hospicio de la ciudad.