La impaciencia de un sacristán

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD 

 

 

En cierta ocasión, cuando san Alfonso María de Ligorio era obispo, una señora lo insultó al salir de la catedral acusándolo de ser responsable del hambre que estaban pasando en aquel lugar. Alfonso la bendijo, pero el sacristán, que lo acompañaba, fue menos suave y la empujó. El obispo lo regañó: “Ella y otros como ella merecen compasión; estas palabras no vienen de su corazón, sino de su estómago”.        

Es cierto, muchas palabras, pensamientos y acciones no provienen de un frío cálculo cerebral, sino del corazón, del estómago, de tantas y tantas circunstancias que hacen a la persona decir lo que no quiere.

            Tanto el que quiere cambiar como el que está herido por una palabra o una conducta no apropiada de un ser humano, necesitan mucha paciencia. La paciencia cristiana no es seguridad, ni resignación. Nace de la esperanza.

            La paciencia es necesaria en todos los tiempos y lugares, pero sobre todo en este mundo agitado y frenético en el que vivimos. “La paciencia de la que se habla en el Nuevo Testamento es aguante activo, entereza, perseverancia, resistencia activa, saber “plantar cara a la adversidad” (U. Falkenroth). En la adversidad y la prueba es donde necesitamos ejercitar la paciencia. “La dificultad produce paciencia; la paciencia, calidad; la calidad, esperanza; y esa esperanza no defrauda, porque el amor que Dios nos tiene inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,3-5).

            Todos necesitamos practicar la paciencia. Somos demasiado “impacientes”, no nos gusta esperar, queremos las cosas ya mismo. No entendemos la paciencia que tiene el Padre con los malvados, queremos separar el trigo de la cizaña, antes de conocerlos; juzgamos y condenamos en vez de ofrecer comprensión y perdón; estamos cansados y decepcionados, porque nuestros esfuerzos son inútiles y no encuentran resultados rápidos y palpables.

            Necesitamos tener paciencia y saber que muchas realidades que nos molestan no sólo provienen del corazón y del estómago de los otros, sino de nuestro corazón, cerebro, estómago, y de un ser que se parece más al sacristán que a san Alfonso María de Ligorio.       

            “Nada te turbe, nada te espante,

            todo se pasa, Dios no se muda;

            la paciencia todo lo alcanza;

            quien a Dios tiene nada le falta.

            Sólo Dios basta”.

(Santa Teresa de Jesús)