La vida merece vivirse

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD 

 

 

El periódico Alfa y Omega de Madrid publicó un testimonio impresionante de una persona que se identificó en la COPE con el nombre de Anunciación. Dice así:

“He sido operada 45 veces, tengo 52 años. Nací con una malformación congénita y mi vida ha sido un sufrimiento continuo. Además, desde hace ocho años, debido a un error médico, me he quedado ciega, con los ojos totalmente abiertos y sin lágrimas. Padezco unos dolores terribles... También he perdido el oído, aunque llevo una prótesis que me permite oír algo. Padezco más enfermedades y una depresión lógica por todas estas cosas. A pesar de todo, creo que la vida merece la pena. Creo que Dios nos quiere y por medio de la enfermedad nos marca una pauta.

Nadie quería vivir conmigo, porque tengo que vivir a oscuras, ya que la luz me hace daño y no puedo salir a la calle; no me puede dar nada de luz. Quien viva conmigo tiene que estar con una linterna en casa. Es una vida mediatizada por completo; hasta el hablar me hace daño. Una vez tuve que decir a la señorita que me estaba atendiendo: ‘Oiga, ¿a qué me está induciendo?, ¿a que me suicide? Pues, mire, me voy a quedar sola en mi casa, porque nadie se quiere quedar conmigo mientras operan a mi marido. Me podré caer, como muchas veces me ha pasado, me podré dar un golpe, pero voy a vivir, voy a vivir porque así lo quiere Dios’.

Tengo mucha fe y desde luego que hablo con Dios como Marcelino Pan y Vino, así de sencillo, y Dios me ayuda, y la Virgen santísima también. Pienso que Dios habrá hecho esto conmigo por algo, porque a lo largo de tantas enfermedades como he tenido se me ha manifestado de muchas formas. En mi casa hay mucha paz. No puedo más que darle gracias a Dios. Deseo que todo el mundo pueda seguir viviendo, a pesar del sufrimiento. Dios nos ayuda, la vida merece vivirse”.

Sí, Dios nos ayuda. La vida merece la pena. Este testimonio puede levantar el ánimo cuando estamos atormentados por pequeñas contrariedades. Generalmente, cuando alguien pierde la vista, el oído, tiene problemas en la comunicación, se ve limitado, se siente inclinado a creer que se le ha arruinado la vida y que está condenado a la mediocridad o nulidad. Hemos de tener presente el testimonio del Maestro que “habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Y ese extremo fue la cruz.

El Maestro invita a ser sus discípulos, a seguirle, a cargar con la cruz, a dar la vida por los demás. En la historia ha habido testimonios elocuentes de entrega como el P. Damián, Madre Teresa, Maximiliano Kolbe... Muchos otros, sin ser tan famosos, donan órganos para que otros puedan aprovecharse de ellos.

Si tiene mérito el que sufre, también lo tienen quienes acompañan en el sufrimiento ayudando, consolando, sirviendo. Si dar un vaso de agua en el nombre del Señor no quedará sin recompensa, tendrán gran premio aquellos que ayudan a creer, a esperar y a amar en el corazón de los enfermos. Si “recoger un alfiler por amor puede convertir un alma”, decía santa Teresita, cuántas almas no convertirá el ofrecer tantas noches y días interminables... El heroísmo silencioso de llevar la cruz cada día no luce y con frecuencia es ingrato. Sólo Dios puede medir el grado de amor y de sufrimiento.

Dios nos ayuda. La vida merece vivirse. Pero, para tener la actitud de Anunciación, es preciso creer en Dios, tener esperanza y descubrir el valor del sacrificio.