La viejecita

Autor:

 

 

Tiene 92 años, es pequeñita, ecuánime y presumida. Se viste por completo todas las mañanas a las ocho en punto, se peina elegantemente, se arregla y maquilla perfectamente, a pesar de que está prácticamente ciega.

Hoy se ha mudado a una residencia de ancianos. Su esposo de 80 años murió recientemente, y ha tenido que trasladarse necesariamente.

Sonrió dulcemente cuando le dije que su cuarto estaba listo.

Cuando se dirigió al ascensor con su soporte para caminar, le hice una descripción visual de su minúscula habitación, incluyendo los visillos de puntillas que había colgados sobre su ventana.

"Me gustan" constataba con el entusiasmo de una niña de ocho años que acabaran de comprarle una nueva muñeca.

"Sra. Jones, usted no ha visto la habitación que le espera," dije. Entonces ella dijo estas palabras que no olvidaré nunca:

"No tiene nada que ver", contestó suavemente. "La felicidad es algo que uno determina antes. Si me gusta mi habitación o no, no depende de la disposición o tipo de muebles con que esté arreglada. Depende de cómo yo disponga mi mente. Y yo he decidido que me gusta".

Es una decisión que tomo todas las mañanas cuando me despierto. Puedo pasarme el día en la cama dándole vueltas a la dificultad que tengo con las partes de mi cuerpo que ya no funcionan, o puedo levantarme de la cama y agradecer las que aún funcionan.

Cada día es un regalo, y mientras mis ojos se abran, iluminaré este nuevo día con la memoria de todas las cosas felices que he ido almacenando antes para esta etapa de mi vida. La gente que me ha querido y cuidado, las cosas y países que he conocido, todo lo que he aprendido, todo lo que he disfrutado, la gente a la que he ayudado y por quienes he sufrido, los que me han hecho ser mejor.

La vejez es como una cuenta del banco. Uno va retirando lo que antes acumuló...