Leyenda japonesa

Autor: Padre José Luis Hernando

 

 

Paz y bien para todos.

Cuenta una leyenda japonesa que en aquellos días un vil esclavo se atrevió a matar a su dueño, un rico Samurai. Precisamente para casarse con la esposa del Samurai. Después de eso, emborrachado de poder aquel esclavo comenzó a cometer desvanes y atropellos. En su locura quiso arrebatar la diadema real de la frente de su esposa y fue entonces cuando se encontró consigo mismo y se asustó de sí mismo al verse en los ojos de aquella mujer. Arrepentido de tanto mal, quiso el esclavo irse a la montaña del castigo. Allí emplearía los días de su vida dedicado a hacer un túnel que fuese de beneficio para todos. 

Un día se presentó ante este esclavo el hijo del Samurai asesinado. Venía decidido a vengar la muerte de su padre. Insistió el esclavo que lo dejase obrarar en la montaña y así terminar la obra de su vida pagando con ella su pecado y después de hacer el túnel lo podría matar. La roca era maciza y los días de la espera se prolongaban. El joven desesperado por acelerar la hora de la venganza decidió ayudar al esclavo en su tarea. Día a día, codo a codo, los dos fueron abriendo el túnel hasta que llegó la hora fatídica en que por fin el túnel se iluminó con la luz del otro lado de la montaña y había sonado la hora de entregar la vida el esclavo, pagando con ella el crimen de matar al Samurai. Y el que iba a cobrarse su vida era el propio hijo que venía buscando la venganza.

Por muchos días habían trabajado juntos, el esclavo asesino y el hijo. Sin darse cuenta el odio de aquel hijo se fue disolviendo en la empresa común. Cuando el esclavo pidió que le matara, la luz del sol se mezcló con la luz del perdón y de la reconciliación. El joven olvidó su venganza y perdonó la vida del esclavo arrepentido. 

Esta leyenda me da pie para pensar que el diálogo es casi siempre lo mismo que traspasar una montaña de oscuridad, de incomunicación, de separación. Sin llegar a los extremos trágicos y crueles de la leyenda, nosotros vamos viviendo, trabajando y hablando, gozando y sufriendo, vengativos o arrepentidos, cada uno por su lado sin comunicación, sin comprensión, en definitiva sin capacidad o sin oportunidad de dialogar. Cada uno va obrando las dificultades que se le presentan por su propia cuenta solo y no todos logran llegar al final glorioso de la luz de la empresa acabada. Sólo el diálogo puede crear túneles, avenidas, calles, casas y plazas de luz y comunicación. ¿Por qué dialogar es trabajar juntos, es sentirse cercanos, ponerse en lugar del otro, es dar tiempo, cariño, afán de escuchar, para que mis palabras sean respuestas de luz y comprensión, después de escuchar en silencio con respeto, atención y amor? 

Ciertamente que no abundan las personas que saben dialogar. A todos nos gusta hablar, discutir, imponer ideas y opiniones; pero nos cuesta y nos molesta escuchar, respetar, evaluar y a enriquecernos con la conversación de los demás. 

Del diálogo surge la luz, la comprensión y la opción. El trabajar juntos conduce a la paz del corazón, da seguridad, ilumina la vida con nuestra alegría. Del diálogo no siempre surgirá la solución para todos los problemas, pero siempre se encontrará un camino, una pista, para acercarse a una posible solución.

La verdad, el ver claro es siempre una opción o una solución. Sólo a través de un diálogo sincero, iniciado sin afán de ganar o de perder, sólo con el deseo de encontrar algo o de aportar algo, sólo así es posible encontrar la verdad. Pues no existe nadie que lo conozca todo. Cada uno de nosotros conoce algo. Tampoco existe nadie que sea tan sabio que no tenga que aprender algo de los demás. Ni existe nadie tan limitado y pobre que no pueda aportar algo en beneficio de los otros. Por eso la verdad se logra y se conquista a base de escuchar, de hablar dialogando.

Para que haya diálogo se necesita presencia, calor, compañía. Recordemos el suceso del Camino de Emaus que está en Lucas, Capítulo 24. Cuando el mismo Cristo resucitado se hace el encontradizo con aquellos dos discípulos después de la Pascua. Al mismo tiempo que se hace el encontradizo, se hace presencia y sobre todo se hace calor de amistad. Su conversación y su silencio, su escuchar, su dialogar, trajo luz a las mentes y la luz trajo alegría a los corazones. Los que caminaban a oscuras y en confusión, encontraron orientación, solución a su desesperanza y frustración. 

Mi palabra en el diálogo tiene que ser luz, tiene que ser respuesta. Que abra nuevos horizontes en las mentes y en el corazón de aquellos con los que dialogo. Mi palabra no puede ser simple sonido, ruido, sin amor ni calor. Tampoco puede ser simple grito o lamentación, ni puede ser pedrada, insulto o indirecta. Que mi palabra y la de mi radio escuchas, diría yo hoy, se haga siempre compañía y calor, solidaridad y respeto. Que traiga luz y que esta luz dé serenidad, seguridad y alegría.

 

Tengan todos mucha paz y mucho bien.