Los pastelillos de arroz

Autor: Seung Sahn, “La Brújula del Zen”

Obtenido en : Carlos G. Valles, S.J

 

En la cumbre de la montaña vivía el maestro zen. En el valle había dos monasterios de monjas zen, el Monasterio del Este y el Monasterio del Oeste. La diferencia entre las monjas del Este y del Oeste era que las del Este pronunciaban en sus rezos el nombre de la deidad como Kwan Seum, mientras que las del Oeste lo pronunciaban como Kwan Seoon. Y se peleaban.

A tanto llegó la discordia que decidieron de común acuerdo recurrir al maestro de la montaña. El las escuchó y anunció que bajaría el día siguiente a las once de la mañana a dar su veredicto.

Era lo justo. Pero las monjas quedaron inquietas. Las del Este pensaron, ¿Si perdemos, a pesar de tener la razón? Hay que hacer algo. Sabían que al maestro de la montaña le gustaban los pastelillos de arroz. Se preparan rápidamente y son deliciosos. Dicho y hecho. Los hicieron, los pusieron en una gran bandeja y se los llevaron al maestro de la montaña. El maestro se entusiasmó: “¡Con lo que me gustan los pastelillos de arroz! Y aquí en la montaña no los consigo nunca. Gracias, gracias.” Y comenzó allí mismo a comerlos.

Mientras los comía le dijeron las monjas: “Nosotras somos del Monasterio del Este. Pronunciamos el nombre sagrado como Kwan Seum. Esa es la verdadera pronunciación, ¿no?” “Desde luego, desde luego”, contestó el maestro entre bocado y bocado. “¿Quién iba a decir otra cosa?” Las monjas se fueron contentas, y el maestro quedó más contento todavía.

Las monjas del Monasterio del Oeste tampoco estaban ociosas. ¿Si perdemos a pesar de tener la razón? Hay que hacer algo. Sabían que al maestro le gustaban los fideos revueltos. Lleva mucho tiempo el prepararlos, pero son deliciosos. Dicho y hecho. Los hicieron con gran cuidado, los pusieron en un gran cuenco y, aunque era ya muy tarde, se los llevaron al maestro de la montaña. El maestro se entusiasmó: “¡Con lo que a mí me gustan los fideos revueltos! Y aquí en la montaña no los consigo nunca. Gracias, gracias.” Y se puso a comérselos allí mismo.

Mientras comía le dijeron las monjas: “Nosotras somos del Monasterio del Oeste. Pronunciamos el nombre sagrado como Kwan Seoon. Esa es la verdadera pronunciación, ¿no?” “Desde luego, desde luego”, contestó el maestro entre bocado y bocado. “¿Quién iba a decir otra cosa?” Las monjas se fueron contentas, y el maestro quedó más contento todavía.

El día siguiente a las once de la mañana quinientas monjas se reunieron en la Sala Principal de Buda. El maestro se sentó en el trono, murmuró plegarias, hizo inclinaciones, miró a ambos lados y pronunció sentencia: “El Libro de los Pastelillos de Arroz dice que Kwan Seum es lo correcto; mientras que el Libro de los Fideos Revueltos dice que Kwan Soon es lo correcto.”

Las monjas comenzaron a insultarse diciendo, “¡Vosotras le habéis dado pastelillos!” “¡Vosotras le habéis dado fideos!” El maestro calmó el alborozo y les dijo: “Cuando recéis, rezad. Cuando cantéis, cantad. ¿Qué importa la pronunciación? ¿Qué importan las palabras? Sólo haced lo que hacéis. Es lo único que importa.” Con eso descendió del trono y regresó a la montaña.