Noviembre

Autor: Phil Bosmans

 

Cementerios llenos de crisantemos blancos. La muerte vestida de flores. Los muertos y los vivos reunidos, por un momento, en el mismo lugar. Se buscan, piensan los unos en los otros, pero no pueden alcanzarse. La angustia de la muerte arruina la alegría de vivir. La muerte es el omnipotente aguafiestas que estropea todo sentimiento de placer, arruina toda certeza y obstruye el órgano que me hace aspirar el gozo de la existencia. Nadie sabe como tratar a la muerte. No se habla de ella, se la olvida. Cuando ha pasado el cortejo fúnebre, prosigue la circulación. No debo alejar de mi mente mis pensamientos sobre la muerte. Sería la técnica del avestruz. Es mejor, en cambio, que me plantee esta pregunta: "¿La muerte es o no es el fin de todo?". 

Si la muerte es el fin, reviste el carácter de una terrible mutilación. Si no es el fin, mi muerte adquiere una dimensión extraordinariamente nueva. Una serena confrontación con la muerte, este momento crítico de mi vida que yo deberé afrontar solo, me coloca delante del todo o la nada, del sentido o del sin sentido. El secreto de la vida y de la muerte coincide con el misterio de Dios. De la misma forma que mi "yo" personal, único, irrepetible, no encuentra ninguna explicaión satisfactoria en la física, la química o la biología, yo no encuentro una respuesta sobre Dios, con el método de las ciencias naturales. Tengo entre las manos solo una cosa: la esperanza. La esperanza que, hasta el último aliento, me da la alegría de vivir.