Padre, porque me pongo en tus manos

Autor: Padre José Luis Martín Descalzo

 

 

Cuando Él dijo "Padre"..., el mundo se preguntó por qué aquel día amanecía dos veces... La palabra estalló en el aire como una bengala..., y todos los árboles quisieron ser frutales y los pájaros decidieron enamorarse antes de que llegara la noche...

Hacía siglos que el mundo no había estado tan de fiesta: los lirios 
empezaron a parecerse a las trompetas y aquella palabra comenzó a circular de mano en mano, bella como una muchacha enamorada...

Los hombres husmeaban un universo recién descubierto y a todos les 
parecía imposible pero pensaban que, aun como sueño, era ya suficientemente hermoso...

Hasta entonces los hombres se habían inventado dioses tan aburridos como ellos... serios y solemnes faraones... atrapamoscas con sus tridentes de opereta... dioses que enarbolan el relámpago cuando los hombres encendían una cerilla en sábado... o que reñían como colegiales por un quítame allá ese incienso... dioses egoístas y pijoteros que imponían mandamientos de amar sin molestarse en cumplirlos... vanidosos como cantantes de ópera... pavos reales de su propia gloria a quienes había que engatusar con becerros bien cebados...

Y he aquí que, de pronto, el fabricante de tormentas bajaba (¿bajaba?) a 
ser Padre..., se uncía al carro del amor..., y se sentaba sobre la pradera a 
comer con nosotros el pan... Era un nuevo Dios bastante poco excelentísimo..., que no desentonaba en las tabernas... y ante quien sólo era necesario descalzar el alma... 

Aquel día los hombres empezaron a ser felices porque dejaron de buscar 
la felicidad como quien excava una mina... No eran felices porque fueran 
felices..., sino porque amaban y eran amados..., porque su corazón tenía una casa..., y su Dios, las manos calientes...