Perdonar y olvidar

Autor: Padre José Luis Hernando

 

 

Yo sé que hay dolores que no se pueden olvidar. Si alguien le falta una mano, pues siempre la echará de menos. Pero hay muchos males que nos siguen doliendo años y años, no porque sean muy profundos, sino porque nosotros los alimentamos dándoles vueltas a la memoria. Hay quienes parecen disfrutar manteniendo abierta sus propias heridas y hasta se complacen en estarlas como hurgando o como lamiendo, en vez de curarlas. Eso y no otra cosa, es el resentimiento. Es un recalentamiento de la herida que nunca acaba de curar porque está siempre siendo nutrida por la ira. 

Parece que hay como cierto parecido entre herida e ira. Por eso esas personas, cuando alguien o alguien les pincha, revientan como un saco lleno de veneno y lanzan afuera dolores o cuestiones que todos han olvidado ya, menos ellos. Porque lo llevan dentro y cualquier cosita es como el pinchazo que hace que explote el globo venenoso que están conteniendo en su interior.

Y no hay cosa más triste, que esta gente que es esclava de sus viejos rencores. En lugar de dedicarse a vivir, parece que su oficio fuera sólo recordar y recordar sólo lo pasado. 

Yo quisiera darles como unas razones para perdonar. La primera, pensar que el mejor remedio contra el mal es olvidarse de él. La segunda, porque lo que pasó pues pasó y puede enmendarse, pero no rehacerse. Y la tercera, y ésta la tomo de Don Miguel de Unamuno, cuando él dice “Hay que olvidar para vivir. Hay que hacer hueco, para lo venidero.” 

Por favor, el alma de los seres humanos es muy chiquita. Si la vamos llenando de rencorcitos, pues la tendremos siempre llena y no podrá surgir de ella ni un acto de amor. E incluso cuando alguien nos ame, no encontrará dentro de nosotros suficiente eco para responder con cariño a ese amor que le estamos ofreciendo. Porque su alma está tan ocupada, tan agobiada, tan saturada de rencores, que no tiene espacio para el amor. 

No vale la pena, pensar un poquito en esto y ser más generosos a la hora de perdonar. Y sobre todo, la última razón por la que Dios, además de perdonar, olvida los pecados. Es porque tiene que dedicarse tanto a amar, que no tiene ni tiempo ni espacio para recordar el mal. Y si no, recuerden la historia con que comencé esta pequeña charla.

Tengan todos mucha paz y mucho bien.