¿Por qué cambiar?

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD 

 

 

Erase una vez dos ratoncitos y dos hombrecillos que vivían en un laberinto. Estos cuatro personajes dependían del queso para alimentarse y ser felices. Como habían encontrado una habitación repleta de queso, vivieron durante un tiempo muy contentos. Pero un buen día el queso despareció. Algunos reaccionaron buscando nuevos caminos en el laberinto; otros quedaron estáticos.

            Esta fábula de Spencer Jonson nos enseña que hay cambios en la vida y a veces no estamos preparados para ellos ni los aceptamos. Ante el cambio solemos actuar como los personajes de esta fábula, detectando lo que acontece, apresurándonos, negándolos y resistiéndose o aceptándolos.

            El cambio puede ocurrir en todos los ámbitos de nuestra vida: en el hogar, en el trabajo, en el dinero, en el amor... Hay cambios que afectan a pocas personas; otros, a multitudes.

            Una de las grandes dificultades que encuentran las personas para cambiar es el miedo a perder lo que se tiene: la seguridad. El miedo es lo que mantiene a la gente agachada, sin dar ningún paso, preocupados en cómo ganar la comida de cada día. Falta valor para arriesgarse; quisieran todo lo bueno que se les presenta, pero a cambio de nada. Y así no se va muy lejos. No se puede cosechar cuando no se siembra.

            Hay metas en la vida muy nobles y dignas de ser realizadas, pero algunas no se llevan a cabo por miedo o falta de decisión. Hay que atreverse a dar pasos, a hacer algo para cambiar. Cuesta salir de la comodidad, emprender el vuelo, tomar los riesgos necesarios. Quizás falte motivación o, como diría Santa Teresa, “una determinada determinación” para empezar a caminar, para seguir lo emprendido y mantenerse firmes y constantes hasta llegar al final.

            Si falta motivación, cualquier cambio, por pequeño que sea, resulta muy difícil; es como una gran montaña que escalar. No hay que ser ingenuos, cuando no se ve claro, cuando no hay razones, ventajas, ideales para salir de donde se está. Para caminar, dice San Juan de la Cruz, se necesitan buenos pies y ánimo. Y no siempre se cuenta con las dos condiciones esenciales, pues el camino es arduo, largo y costoso.

            La tentación, la fascinación del mal y la fuerza del pecado son enormes y con sus raíces y tentáculos ahogan cualquier intento de cambio. La familia y el ambiente, en muchas ocasiones, no nos ayudan tampoco a cambiar. El “genio y figura hasta la sepultura”, el “aquí ya se ha intentado todo”, el “no se va a conseguir nada” paralizan cualquier ideal de cambio y de progreso.

Hace unos años L. Boff escribió: “Cambié para seguir siendo el mismo”. Ante la dificultad muchos se preguntan: ¿Es posible cambiar? ¿Merece la pena?

Es posible cambiar, mejorar, lograr lo que se persigue cuando se está motivado, cuando se cuenta con la ayuda de Dios y de los otros, cuando el corazón es joven, limpio y generoso.

Usted, ¿qué piensa? ¿Está dispuesto a cambiar?