¡Que bello es Dios!

Autor: Pedro Díaz-Landa

 

¡ Tuve  la dicha de encontrarme  ayer

con un Dios compasivo, sonriente y poeta!

Lo hallé sentado al fondo del Tiempo y los volcanes

sacando un crucigrama  de soles y de estrellas.

Un diccionario de la Vía Láctea

que El escribió en sus días juveniles

resplandecía  abierto sobre una nube de oro.

Dios inventa palabras  para sus creaciones.

¡Palabras y palabras y palabras!

¡El es el Verbo! ¡El es el Verbo!

 

                            II

 

   El ve pasar los días y las noches,

y los molinos de las estaciones

y los ajustes de los equinoccios

y el orto y el ocaso de  soles y de soles,

a través de milenios y milenios

y no se aburre de la Eternidad.

 

                            III

 

            ¡Qué bello es Dios!

 

                             IV

 

       En la gravedad  cándida   de  su mirada

fulgura un niño que lo sabe todo.

Lo escucha todo.

Lo resuelve todo.

Las incesantes quejas de la Creación 

hacen que se sonría minuto tras minuto:

Olas, arenas, nidos, flores , alas,

nubes, enamorados, escorpiones,

y los ansiosos marabúes,  y los insaciables parásitos.

Y nuestras oraciones:  inmensos pliegos de esperanzas

al Sur del Cielo. ¡Y lágrimas, lágrimas, lágrimas!

 El lo recibe todo y a todo le sonríe.

                                V

 

                ¡Qué bello es Dios!                               

 

 

                             VI

 

   Cada día nacen millones de almas.

Y enmudecen millones de cadáveres:

 Hombres y bestias, caracoles, libélulas,

 águilas y  delfines, orquídeas y  madréporas.

 Seres  racionales e irracionales.

 Minerales que viajan a fecundar las gemas.

 garras que un día  tomarán pinceles.

 embriones  que un día  se vestirán de misioneros,

 cedros que un día

 se impregnarán de incienso en los altares.

 

                              VII

 

    Me senté frente al mar. Contemplé el horizonte.

Y allí lo vi… Siempre ocupado…

En medio de una biblioteca aérea.

Y reparando redes cósmogónicas.

Y fundiendo colores celestiales.

 Lo contemplé y lloré.

                           

                              VIII

 

                  ¡Qué bello es Dios!

 

                                 IX

 

   Vienen  llegando los primeros luceros.

 

                                   X

 

         ¡Por vez primera, 

 gracias a este soberbio  anochecer  de junio

 y a los ángeles blancos de mi  soledad

 he logrado entender mi pequeñez

 sin sustrarme.

 

               ¡Qué bello es Dios!