Semilla que da mucho fruto

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Cuando me preparaba para celebrar la Eucaristía dominical alguien me dijo: "Padre, ahí en la puerta lo llama el párroco de la iglesia que está a una cuadra del hospital". Me acerqué a la puerta y lo primero que me dijo aquel joven sacerdote fue: "Padre, supe que Ud. es el nuevo capellán de este hospital y vine a saludarlo. Ud. no me conoce, pero yo a Ud. sí. Soy José Kim, hace 28 años yo era su acólito en la parroquia de Song Su Dong. Ud. se fue a su tierra y por muchos años no supimos de Ud. De aquel grupo de acólitos tres nos ordenamos sacerdotes".

Efectivamente, después de haber dejado Song Su Dong estuve un año en la parroquia de Cha Yang Dong y luego regresé a México para volver a Corea después de 13 años.

Durante ese tiempo esos muchachos se fueron al Seminario y recibieron la Ordenación Sacerdotal. No podría describir la inmensa alegría que me produjo tan agradable sorpresa. El también estaba muy emocionado y ahí mismo fijó una fecha para que yo fuera a su Parroquia, cuya construcción acababa de terminar.

En la fecha convenida me recibió con muchísimo gusto, me agasajó con una suculenta comida, me entregó varios regalos que tenía preparados y conversamos largamente recordando aquellos tiempos de los años setenta, en Song Su Dong, que era parroquia y al mismo tiempo la residencia en Seúl de los Misioneros de Guadalupe que estudiaban el idioma coreano.

El se acordaba de los nombres de los sacerdotes y seminaristas mexicanos que habían pasado por esa casa durante aquella época. Varios de ellos ya murieron, otros regresaron a la Patria y otros continúan su trabajo en Corea.

Durante la celebración de la Misa se pasó todo el sermón echando flores a los Misioneros de Guadalupe, de cómo ellos fueron la inspiración que le hizo nacer la vocación sacerdotal. Y decía a la gente: "Ahora que andaba yo construyendo el templo parroquial, me acordaba del Padre Sandoval cuando construyó la parroquia de Cha Yang Dong, y su recuerdo me llenaba de fuerza para seguir adelante".

Estoy asombrado de ver cómo Dios se vale de las acciones más ordinarias del misionero para mover los corazones y despertar las vocaciones de los trabajadores de su viña. Dios hace que las actividades rutinarias del trabajo sacerdotal impacten a los niños y a los jóvenes. Los impulsa a una respuesta generosa. También es admirable la respuesta generosa del pueblo coreano a los esfuerzos del misionero. Esta es una tierra fértil, donde a veces los frutos superan las expectativas; el número de cristianos crece rápidamente y ahora tenemos una Iglesia muy dinámica, de tal manera que el misionero, siendo un débil y a veces inepto instrumento, ve palpablemente los frutos de la semilla que ha sembrado, y que fructifica con la acción poderosa del Espíritu de Dios.