“Serás como Dios” 

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A la frescor de la tarde Dios salió
a conversar con su amigo. 
¿Dónde estás, Adán? ¿No me oyes?
¿Cómo es que no has venido como cada día?
¿Por qué te escondes?
¿Cuál es la causa de tu cobardía? 

Y Adán, oyendo como Dios hablaba, se iba retirando. 

Por querer ser COMO DIOS, después
de haber comido la fruta prohibida,
se encontró que iba desnudo.
Había perdido el vestido que le presentaba
ante sus semejantes,
el vestido que protegía su propio misterio personal.
Y Adán huía porque se encontraba desnudo. 

Durante siglos los hombres intentamos en vano
recuperar aquel primer vestido.
Pero las ropas más bonitas y brillantes
no tendrán la honradez de aquel antiguo abrigo. 

Nuestras vestiduras expresarán poder o riqueza, 
pero nunca aquella inocencia original que Dios nos había regalado.
Con ellas nos podremos defender de la inclemencia del tiempo,
pero nunca del mal que lleva al pecado. 

Adán, ¿dónde estás? No todo está perdido.
El Padre, cerca la puerta de casa, 
continúa esperando todos los hijos pródigos que le han dejado.
Preséntate ante él a pesar de tu desnudez.
Él te vestirá con su "vestido mejor", de Resucitado, 
y matando el cordero cebado, celebraréis juntos una gran fiesta, 
cara a cara, en la misma mesa del Reino. 
Y tú, por puro don suyo, hecho "hombre nuevo", serás, ahora sí, COMO DIOS.