Señor dame alguien...

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¡Señor!

Que yo sea puente entre los hombres para unir a los jóvenes y a los adultos en el diálogo de la vida; que yo sea el cemento armado, que, aunque frío y sin vida, une ambos lados del río y a las vidas que por él pasan.

Que yo sea más grande cuando mayores son las distancias.
Que yo sea tan coherente que no quiera no necesitar ser más puente.

Que yo sea el puente entre los hombres y el infinito para que, al pasar por mí, mis hermanos se detengan para contemplar tu obra majestuosa.

Que yo sea un Padrenuestro Vivo: la oración que une el cielo y la tierra.

Tal vez, Señor, yo sea un mundo hermano pero antes de eso el mundo deberá saber que, para conseguir amar, necesitó hacer uso de un puente que uniera a los hombres.

Que yo sepa afirmar mi pies en el lodo que las aguas cubren para poder tender las manos a los que no saben caminar limpios ni pisar donde se hunde el pie.

Que nadie se preocupe de mis pies que pisan el barro para percibir que mis hombros son pisados por aquellos que buscan el otro lado de las cosas donde se encuentra el amor.