Si te miramos, no moriremos

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD 

 

 

Víctor Hugo tiene una leyenda sobre Caín. Habla de un Caín que no vive tranquilo. En todas partes ve un ojo terrible que lo mira. Huye a los bosques, valles, montañas... pero el ojo lo persigue a todas las partes. Para su paz y tranquilidad los hijos deciden hacerle una casa subterránea. Caín entra esperanzado en el nuevo hogar, pero el ojo le sigue mirando.

Caín huyó después de matar a su hermano. Dios le dijo: “¿Dónde está tu hermano Abel?” (Gn 4,9). Pero Caín no quería saber nada de su hermano.

            Adán y Eva se escondieron después de haber pecado. Tenían miedo de encontrarse con Dios. Y Yahvé preguntó a Adán: “¿Dónde estás?” (Gn 3,9).

            Quien se encuentra en pecado tiende a alejarse de Dios y de los demás. Tiene miedo de ver el ojo de Dios y de que Dios le pregunte: ¿Dónde estás? ¿Qué es lo que has hecho? ¿Qué estás haciendo con tu hermano?

            Dios sale al encuentro. Nuestro Dios es el Dios del perdón (Ne 9,17). Él “arroja hasta el fondo del mar nuestros pecados” (Mi 7,19). No lleva cuenta de nuestras faltas ni las echa en cara; es muy olvidadizo para recordar el mal, ya que es la suma bondad y es rico en misericordia.

            La sangre de Cristo nos ha purificado de todo pecado (Hb 10,14). En Cristo Jesús fuimos hechos nuevas criaturas. Todo lo viejo pasó; ahora somos criaturas nuevas (2 Co 5,17). Para ser libres nos ha liberado Cristo (Gá 5,1).

            Jesús es el Salvador. Él vino para romper las cadenas del pecado, para traernos luz y vida en abundancia (Jn 10,10). Todos los se que acercaron a Él encontraron paz en su corazón, con los demás y con Dios.

            Una pobre mujer, sorprendida en adulterio, es presentada por los escribas y fariseos para ver  cuál es la actitud de Jesús. Éste no la condena, llena de paz su corazón y le propone la solución para el futuro: “Vete, y en adelante no peques más” (Jn 8,11).

            Zaqueo era muy rico; pero la codicia no le dejaba vivir en justicia y paz con los demás. Un día le llegó la salvación, pues Jesús se presentó en su casa dispuesto “a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10).

            Todos habían condenado a muerte a un ladrón. Hasta él mismo ya no creía en ningún remedio. Pero cuando el mundo le había cerrado las puertas, acudió a Jesús y éste le abrió las del Paraíso. “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,43).

            “Si te miramos, Señor, no moriremos.

            Si confesamos tu nombre, no corremos el riesgo de perdernos.

            Si te rogamos, seremos satisfechos.

            Devuélvenos, Señor, el vigor de nuestra fuerza primera.

            Dígnate mantenernos en ella, sin cesar, y hasta el fin”.

                                             (Oración de los primeros cristianos)