Tú te abajas: ¡levántame!

Autora: Emilio del Río


Siervo y Señor. Dios y Hombre vaciado.
Cristo caído desde toda Altura.
Tu condición divina la olvidaste
para bajar al hombre, este vacío
esencial —sino en Ti, pues Tú le llenas—.

Pablo también derriba sus coronas de gloria:
por basura sus glorias de Israel, si lo compara
con tu conocimiento, hondo Misterio,
en que nos llega en la pobreza suma
la Riqueza de Dios que nos arraiga
en Ti por Fe sufriendo de Esperanza.
Luchamos por correr hasta alcanzarte,
cogidos ya por Ti en nuestro vacío,
y entrar donde los muertos resucitan.

Humilde Dios caído —siendo el mismo—:
Lávame de mi ser; que se me olvide
y que a la vez despierto y anhelante
desarrolle este ser que Tú me diste
para ser fiel, llegando a Ti que corres,
arrastrado por Ti que me has tomado
ya desde el seno. Dentro como a un niño
a empellones tan dulces Tú promueves
el nacimiento mío en Ti por siempre.

Hazme conforme a Ti. Dame tu forma:
La forma de ser hijo, cara al Padre,
en el ámbito propio del Espíritu.
Créame en El, créame Tú, de nuevo,
a tu imagen y forma, Tú la Cara
del Padre, su Palabra creadora.

Oigo tu voz sobre la Cruz volviendo:
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».
Pronúnciame, mi Nombre, mi ser tuyo,
hazme voz de tu Voz, Palabra con tu Espíritu,
conforme con tu Vida y con tu Muerte,
muerto contigo, vivo para siempre.

¡Guárdame de las sombras! De fiarme
del polvo de mi pobre polvareda,
y hecho Templo de Ti guarde tu Templo;
y siempre, siempre, restaurando nuevo
este ser que se cae, pon tus manos
en mis heridas, ponlas en mi pecho.

Tu propio Corazón dé vida al mío.
Rompe cuanto separa. Da camino
al camino del Ser, en la Esperanza
que Tú has sembrado dentro de nosotros,
sello marcado por tu Cuerpo y Sangre,
tu Vida que nos das, Tú, nuestra Vida.